Estoy en el patio del búnker y casi me siento
desnuda a cielo descubierto, sobre todo por la ausencia del XM8. El
sol de la mañana no pega demasiado fuerte, y aún así visto con
gorra. El resto de mi vestimenta también es nueva. Por lo visto en
este lugar había bastante vestuario militar. Observo nuestra nueva
casa y me pregunto cuánto duraremos aquí. Es inevitable que antes o
después den con nosotros. No obstante, no creo que les podamos
vencer. Claro que una cosa es vencer y otra muy diferente es
presentar batalla. Debemos sobrevivir, eso es todo. No sabemos qué
sol se levantará mañana y por ello lo mínimo que debemos hacer es
continuar con vida. Es nuestra responsabilidad.
-¡Ejercicios
matutinos!- Oigo tronar la voz de Phill.
El Sargento recorre las filas de soldados que se
presentan ante él. Phill es un tipo corpulento de rasgos cuadrados.
Tiene la cabeza afeitada y los ojos color caramelo, además de estar
adiestrado en diversas formas de combate y estrategia militar. Sin
duda alguna es el mejor de mis hombres por ser el más equilibrado
aunque rara vez destaque ampliamente en un campo. Digamos que posee
“mucha sabiduría pero ninguna maestría”. Aunque
pensándolo bien sí que tiene una… es lo que yo llamo “don de
hombres”. Es un líder natural y sabe cómo poner bajo sus pies
al más grande de sus reclutas y, lo que es mejor aún, hacer que
todos aquellos a los que maltrata en sus duras enseñanzas acaben
confiando plenamente en su pellejo. Eso es algo que yo también
comparto con esos reclutas, confío en él.
-Sargento Phillips.- Le
saludo.
-Mi Teniente.- Responde
y saluda con el gesto militar.
-Hoy si no le importa
dirigiré yo los ejercicios matutinos.
-Por supuesto, Mi
Teniente.
-En ese caso… ¡únase
a la fila, Sargento! - Grito de manera impulsiva - Odio perder el
tiempo.
Phill no duda un solo instante y ya está formando
junto al resto de nuestros hombres. En unos segundos ya los tengo
corriendo alrededor del búnker y a lo largo de la mañana realizamos
otros tantos ejercicios. Una vez los acaban observo que
Phill es el menos jadeante. Siempre entrenado,
siempre en forma.
La compañía se dispersa y me acerco a él.
-He de reconocer que los
mantienes bien a raya. Buen trabajo, Sargento.
-Ese es mi deber, Mi
Teniente.
-Aún no he podido
preguntar ¿Cómo fue el asalto?
Mi mirada se antoja inquisitiva, mientras escucho su
informe.
-Sitiamos el búnker y
siendo ellos conscientes de nuestra presencia, se encerraron en su
interior. Observamos con los prismáticos que nos apuntaban con un
rifle “Barrett”. Lamento informar que fue indispensable
acabar con el francotirador. Después de eso, el resto de los
hostiles se rindieron a nuestra advertencia. - Su tono es de
culpabilidad, respeta la vida humana.
-Entiendo, me parece
razonable ¿Tenían muchas armas?
-Esto es un arsenal.
Hacía tiempo que no veía tantos fusiles juntos.
-Ya veo. Esa es una
buena noticia, ya sabes que la munición comenzaba a escasear, y si
no llegamos a encontrar un sitio así probablemente habríamos tenido
que empezar a racionalizarla, y cancelar prácticas. Últimamente las
cosas cambian, no se si para bien o para mal, pero cambian. Y
hablando de cambios… -Sonrío entre dientes - ¿Qué te parece el
nuevo, ese tal Gaston Gaudin? ¿Le has conocido?
-Le he visto, pero nada
más. El tipo rara vez habla a pesar de que todos le hacen muchas
preguntas, y se limita a evadirlas mientras puede. Además, yo
asaltaba el búnker mientras él os… -hace una pausa antes de
pronunciar la última palabra, que escupe con diferente tono- … “os
rescataba”, Mi Teniente, por lo que no tengo más información
que contrastar.
En este momento me siento reflejada en su mirada.
Phill también lo ha percibido.
-No te hace ninguna
gracia ese tío ¿verdad?- Pregunto de forma amistosa.
-No. Francamente, no
soporto que se crea mejor que nosotros solo porque sepa más respecto
al enemigo. Está claro que es militar y seguramente lo que sepa sea
gracias a nuestro ejército, pero estoy seguro que el muy cabrón se
hace el interesante porque le gusta que estén detrás de él. Me
repatea las pelotas, Mi Teniente.
-Está bien. Lo cierto
es que tu pensamiento no es muy diferente al mío - admito mirándole
a los ojos, bajo la visera de la gorra.
-¿Cómo dice? ¿No le
había salvado la vida?- Se muestra desconcertado. Esperaba una
respuesta contraria, y a pesar de ello me ha confesado su punto de
vista. El gesto le honra aún más si cabe.
-Sí, así es. Pero
digamos que tengo una opinión no demasiado buena de él y de lo que
seguramente tratará de hacer.
-Continúe, por favor.
No me deje en ascuas.
-Bien. Sé que puedo
confiar en ti, así que te lo pediré sin más rodeos. Así es como
me lo pedía a mí la gente que me tomaba de valor. Por lo visto, el
tipo está buscando a un ruso, un médico que fue encerrado por estar
pirado y hacer cosas de pirado. Estoy segura de que querrá seguir su
busca y en solitario, pero no podemos dejar que se vaya de aquí sin
más. No me fio de él, sabe dónde nos encontramos y considero una
traición contra su especie que no nos explique el cómo combatirles.
- Hago una pausa para escudriñar su expresión, mezcla de alegría y
cierto desconcierto. - Quiero que le vigiles y que hagas lo necesario
para que no se largue de aquí. Y por supuesto, no compartas esto con
nadie, con absolutamente nadie a excepción de Henry, con el que te
turnarás para vigilarle, y por supuesto conmigo. –Acabo con las
palabras mágicas para Phill. - Es una orden, Sargento.
-Muy bien, Teniente. Ese
tío va a tener que demostrar ser muy bueno si quiere pasar por
encima de mí para salir de aquí. Como ya sabes, no me dieron la
boina verde en una tómbola. - Burla en pos de su confianza,
agasajado por la distinción a su persona.
-Muy bien. Aún así, no
tienes que preocuparte hasta dentro de un par de horas. Ahora tenemos
que hacernos cargo de otro pequeño asuntillo.
Phil y algunos de sus hombres me acompañan al
interior de las instalaciones. Ellos han cogido sus armas y en cambio
yo sigo en ausencia de mi fusil, a pesar de llevar el resto de mi
equipo. Recorremos gran parte del interior del búnker y los hombres
que se cruzan en nuestro camino nos saludan hasta llegar finalmente
al ala sur, concretamente a una puerta metálica donde puede leerse
“Almacén 402”. La puerta está bloqueada por una barra de
acero y algunas cadenas. Mis hombres retiran las cadenas y
desbloquean la puerta al tiempo que tras la misma se pueden oír
algunos murmullos. Al abrirse, mi equipo irrumpe en la habitación
quedándose dos de rodillas a metro y medio de la puerta y apuntando
al interior de la habitación con sus amenazantes subfusiles MP7, y
otros dos de pie a sus espaldas.
El interior de la amplia habitación está
desalojado de muebles o cualquier decoro que se le parezca y sus
paredes son de un color pastel, inusual en el ejército para
estancias lejanas al desierto. Lo único que hay en el almacén 402
del ala sur son los denominados prisioneros “hostiles” que
habitaban el que es ahora nuestro nuevo hogar, si es que podemos
llamarlo así.
Phill entra en el almacén poniéndose al lado de
sus hombres más adelantados y contempla a los veintidós prisioneros
que allí observan, temerosos en general salvo alguna que otra mirada
desafiante.
-Como ya sabéis, soy el
Sargento Phillips Osword y mío es el aire que estáis respirando.
Tengo a alguien que presentaros, alguien a quien le debéis la vida,
una persona que será a partir de ahora dueña de vuestras almas ya
que si le desobedecéis seréis mandados directos a los brazos del
diablo. – Hace una pausa para mirar la reacción general. - Espero
que os haya quedado claro.
Veo a Phill de espaldas y me conciencio de lo que
voy a decirles. Camino hacia él y se hace a un lado. Los miro uno a
uno mientras guardo silencio. Hasta cierto punto todos están algo
desconcertados. Supongo que es normal, aunque hay uno que me llama
especialmente la atención. Afroamericano de alrededor de dos metros,
cabeza rapada, perilla descuidada, más algunos trivales
tatuados. Me contempla con ojos amenazantes, nada que ver con el
resto de las miradas. Dejo el cerco de mis hombres y avanzo hacia él,
deteniéndome a metro y medio para sostenerle la mirada. Tras unos
segundos de desafío decido acabar con la farsa. Levanto el brazo en
un gesto inocente de rascarme la nuca. Él no se altera por ello.
Entonces lanzo mi gorra contra su cara para distraerle, y le propino
una patada en su zona genital. El hombre, de gran tamaño, queda
encorvado lo suficiente como para que tome su cabeza con ambas manos
y tire de ella hasta mi rodilla, donde se produce un impacto
titánico. Me veo sorprendida cuando el tipo hace ademán de ponerse
en pie, ya que lo creía inconsciente. En ese momento le ayudo
soltándole una nueva patada en el pecho que lo impulsa de espaldas
contra la pared. No le da tiempo a pensárselo cuando ya está
lanzándome un derechazo que aparto sin problemas en un avance que me
coloca a su espalda. Piso sobre su gemelo derecho desde atrás, lo
que le obliga a clavar la rodilla y tomo con una de mis manos sus
fosas nasales, que estiro hacía atrás. Tiene la nariz partida y no
puede evitar gemir de dolor cuando sin comerlo ni beberlo nota el
acero de mi cuchillo de combate en la garganta. Suelto entonces su
ensangrentada y retorcida nariz, y acerco mi cara a su oído:
-No dudaría en
degollarte si lo vuelves a intentar. - Noto su temblorosa respiración
y al subir levemente el cuchillo observo la asustada mirada reflejada
en la hoja del machete.
-Esa expresión está
mejor, mucho mejor.
Me retiro del hombre que yace derrotado y vuelvo
junto a mis hombres. Phill tiene una expresión de aprobación que
adereza con una media sonrisa. En cambio, cuando me giro, veo el
horror reflejado en la mayoría de los prisioneros mientras un hombre
de gran talla y nariz rota busca refugio y ayuda entre los demás.
-El invasor no es humano
y no respeta la vida humana. Nosotros no somos enemigos, solo tenemos
que aprender a convivir juntos. – Comienzo con tono amigable.
- Hemos sobrevivido por organizarnos de manera militar, y vosotros
habéis sobrevivido por esconderos en un búnker militar. – Trato
de convencerles haciendo uso de la lógica - ¿No os dice algo esa
reflexión?
El silencio se adueña del almacén, donde mi eco
reverbera hasta acabar apagándose. Observo la cara de mis oyentes,
desconcertados, y lo cierto es que me sorprendería que alguno haya
reflexionado levemente sobre lo que acabo de decir. La masa asustada
no escucha, tan solo teme y se cierra, por lo que las formas no me
llevarán a solución alguna. Mucho me temo que en estas condiciones
tan solo puedan entender un idioma, uno que sin duda conozco
demasiado bien.
Así pues, dejo escapar un suspiro profundo
antes de continuar en un tono más severo:
-No saldréis de esta
habitación ni comeréis hasta que no aceptéis nuestra forma de
vida. El sargento Phillips al que ya conocéis os guiará en vuestra
instrucción. Es vuestro deber como seres humanos aprender a
sobrevivir y hacerlo de la mejor manera posible, somos muy pocos como
para que se siga desperdiciando la vida humana. Cada cinco horas se
aceptarán a dos nuevos reclutas y los demás permanecerán a la
espera de su oportunidad o de su elegida lipotimia. Se os dará una
instrucción y se os reeducará para que podamos confiaros armas
algún día. Cuando se os considere aptos, seréis uno de los
nuestros. Hasta entonces espero que no dudéis en que toda infracción
será desproporcionalmente castigada y que si esa infracción implica
un arma se os ejecutará en el acto sin importar el valor de vuestra
vida. ¿Me he explicado bien? ¿Alguna pregunta? - Expreso de
manera fría.
Hay un leve momento de reflexión, que no tarda en
romperse.
-Sí, yo tengo una. -
Enuncia una mujer de aspecto desdichado y con una expresión de
preocupación superior a la de la mayoría de los presentes. – Con
lo que acaba de decir, ¿también se refiere a las mujeres y a los
niños?
La pregunta me colma, y siento realmente deseos de
guantearla.
-Mire, no luchamos por
caramelos ¿sabe? Luchamos por la supervivencia de nuestra especie.
¿Cree usted que a esos platillos que sobrevuelan el cielo les
importa vuestro sexo? Si no lo sabe se lo diré yo: la respuesta es…
¡no! Por ello, si con “niño” nos referimos a uno de
siete años por supuesto que le negaré todo esto. En cambio, si se
refiere a ese quinceañero que tiene al lado, mucho me temo que ya va
siendo hora que aprenda a sobrevivir. – Contengo mi rabia, a pesar
de mantener una expresión inquisitiva.
-Es que… ¿no es usted
madre, acaso?- Afirma con dolor.
-¿Cómo se atreve? Mis
hijas murieron abrasadas en casa junto a su madre. Además, usted es
tan mujer como yo. ¿Cómo puede tener la cara de querer ser menos
que los demás? En esta guerra no se lucha por los intereses de un
político o algún militar. Como ya le he dicho luchamos para
sobrevivir, y lo cierto es que no tengo pensamiento de abandonar la
idea.
Contemplo con soberbia a los prisioneros y me
conciencio de todo lo que les he dicho. Todos guardan silencio,
entienden que están bien jodidos. Quizás si no le hubiera partido
la nariz a ese grandullón a alguno de ellos se le hubiese ocurrido
discutirme o rebatir mis argumentos. Sin embargo ahora incluso la
testadura mujer guarda silencio.
Vuelvo a suspirar profundamente al dejar atrás el
almacén 402. Siento el pesar, siento la culpa. Le he dicho a esa
mujer que mis hijas murieron junto a su madre… y es cierto, o al
menos casi. Los sentimientos vuelven a atravesarme de esta
forma últimamente tan cotidiana.
Mis pasos me llevan hasta el pasillo central
junto al que se encuentra la sala de reuniones. Allí tomo asiento en
uno de los bancos que hay entre las metálicas taquillas y alguna que
otra puerta. En realidad, me siento agotada. Es como si intentase
correr una maratón después de haber estado tanto tiempo parada. El
golpe en la cabeza no me ha sentado demasiado bien, los ejercicios
matutinos también se hacen notar, y el haberle partido la nariz a
ese hombre y el haberme alterado tanto con esa mujer… Sin duda,
todo pasa factura en un día como este.
-¿Qué tal estás,
Joana?- Dice la inquieta voz de Eric.
Levanto la cabeza y le veo junto a un tipo al que no
he visto en mi vida. Ambos están vestidos con uniformes nuevos que
de seguro son de nuestra nueva adquisición. Desde luego, ha sido un
acierto el tomar este nuevo emplazamiento.
-¿Qué tal,
Joana?-pregunto enarcando una ceja –No creo que esas sean formas,
Eric.
Le reprimo. No debemos tomar ese tipo de confianzas,
sobre todo cuando hay otros militares presentes. Las formas y la
rigidez nos han mantenido con vida hasta el día de hoy.
-Lo siento, Mi Teniente
- Reacciona enseguida.
-no te preocupes, Eric.
No importa - Le informo de manera ausente.
-Bien, Mi Teniente ¿Cómo
se encuentra?
Al oírle insistir bajo del mundo de mis
pensamientos más profundos, a sabiendas de que no va a pasar de
largo. El pobre Eric, civil antaño, debió darle muchos dolores de
cabeza a Phill, ya que no tiene ni idea de cómo tratar con su
superior.
-Si vamos a hablar,
hablemos dentro. - Les invito a entrar molestándome en mostrar un
sucedáneo de sonrisa. –Vamos, seguidme.
Ellos asienten con la cabeza y, tras levantarme, me
cuelo por el marco de la puerta de enfrente que lleva a la sala de
reuniones. Ciertamente ese sillón me está llamando. Ellos me siguen
y se colocan de pie, mientras yo caigo rendida frente a tales
comodidades. Eric, de pelo castaño y ojos marrones, me mira con su
expresión habitual, pero el otro tiene una mirada desencajada y unos
ojos tan expresivos como los de un niño pequeño. Tiene la piel
pálida y no parece haberse nutrido bien. Si no fuera por el uniforme
me atrevería a jurar que he visto cadáveres con mejor presencia.
-Y bien… ¿Quién es
tu acompañante? - Pregunto extrañada de mi propia despreocupación.
-¿Él? ¡Cierto! Qué
descuido, aún no lo he presentado. Es Richard. Bueno, ya sabes.
Chicago, Burns.
-Dios santo, con tanto
Gaston Gaudin casi me había olvidado de ti. - Admito en mi abandono.
- Siento este pequeño show, lo cierto es que Eric no se ha adaptado
demasiado bien a nuestra forma de vida donde el protocolo militar
está tan presente. Bueno, no es el único, muchos aquí son civiles
y una vez que compartes momentos fuera de servicio no saben activar
de nuevo el chip frente a la retomada de los galones.
Tras hacer una pausa, observo a Richard y comprendo
que no sabe cómo comportarse. El tipo es bastante inquieto, y salta
a la vista que su estado anímico no es digno de considerarse
estable.
-Richard… si eres
militar te agradecería que lo hicieses notar. Por el contrario, no
creo que tardes en adaptarte.
-Sí, Mi Teniente. Y sí,
sí, sí soy militar, y claro… claro que no me costará ¿no? -
Dice entre lo que parecen risas y nervios.
-Disculpa sus formas,
Teniente. A pesar de todo este hombre ha pasado bastante tiempo en
aislamiento. No ha tenido contacto alguno con seres humanos en meses.
-No hace falta que
hables por él. Por mucho tiempo que haya pasado solo, no ha perdido
el habla. Dime Richard… ¿Cuál es tu historia?
-Realmente tengo poco
que contar. Seguramente mi historia sonará típica y aburrida y es
muy extraño que así sea, pero… pero mucho me temo que la mayoría
de los que viven estos días, si siguen vivos, habrán vivido algo
parecido. Todos los míos están muertos, total y completamente
muertos. Yo sigo vivo, vivo. -Enuncia haciendo claros esfuerzos por
guardar la poca compostura de la situación.
-Está bien. Creo que te
vendrá bien estar un tiempo inactivo y recuperarte. Puedes tomarte
el tiempo que necesites. Una vez estés listo, dirígete a mí y
veremos qué tarea te vendrá bien.
-No, no, no es
necesario. Es mejor, sí, mucho mejor que les ayude… - Responde
importunado.
-Richard, no era una
pregunta. Es una orden. Debes descansar, por el momento esa es tu
tarea. Y si no te importa, déjanos un momento a solas. Eric tiene
asuntos que tratar conmigo.
-Sí… sí, no se
preocupe… ya me voy… - Dice al tiempo que arrastra los pies hasta
abandonar la sala, envuelto en un incómodo silencio.
Eric aguarda unos instantes hasta que deja de oír
los forzados pasos de Richard al tiempo que mi mirada recorre cada
centímetro de su cuerpo, predilecto novato. Su rostro se tuerce más
curtido que la última vez que le escaneé de esta forma. Creo que es
bastante normal que la gente madure a esta velocidad en los tiempos
que vivimos. A pesar de todo, este sigue algo verde.
-Bien, Mi Teniente ¿Qué
desea?
-Pues en principio,
querría hablarte de Richard. Se le siente bastante trastornado ¿no?
-Así es, Mi teniente -
Corrobora.
-¿Crees que puede
resultar peligroso? - Pregunto sin más.
-No, no lo creo. -
Responde con algo de duda en su mirada. – Creo que su cabeza está
“medicamente sana”, como diría Henry.
-Está bien… pero si
ves algo raro házmelo saber ¿de acuerdo? - Sugiero con deseo de una
respuesta que me dé pie a arrebatarle las armas.
-¿Raro? - Reflexiona en
voz alta. - Creo que hay cosas mucho más raras que Richard de las
que preocuparse.
-explícate, Eric.
-Es ese tipo, Gaston. -
Suspira profundamente, incómodo por la situación – Lo cierto es
que no es normal. Ese tipo nos salvó a todos, y entró dentro de ese
trasto que yo mismo he intentado abrir sin éxito, sin siquiera
averiguar cómo funciona el panel de control. No obstante el entró…
¡y lo condujo!
-No sientas envidia por
lo que ese hombre sabe, pronto lo compartirá. Ese tipo es militar, y
de un alto grado. Quizás no respete su comportamiento, pero sin duda
alguna ha hecho un buen trabajo. - Informo con el solo objetivo de
mantener la cordura entre mis hombres. De momento, mi odio y
desconfianza hacia él deben continuar oprimidos.
-No es envidia Joana, no
es eso. - Niega en su incomodidad.
-Da igual lo que sea. No
alimentes esta locura, Eric. Es lo último que necesitamos.
-Está bien, Mi Teniente
- Acepta a las duras.
Tras cruzar cuatro palabras más con Eric siento que
algo va mal. En ese instante me levanto de la silla, ya que el
alboroto de fuera es mayor que el de costumbre. La gente se agita y
veo tras la ventana a un grupo que pasa a toda prisa. En ese momento
mi mano busca su seguridad en un rifle que no encuentra. Maldita sea.
Observo a Eric, que aún más desconcertado que de costumbre. Quizás
no esté tan curtido como había pensado. Echo a correr fuera y
cuando salgo puedo ver que en el patio Jericó, Leo y Henry
trasportan el cuerpo lacio de Andy. Tras ellos diviso el frío rostro
de Gaston Gaudin.
Al ver la escena tan solo puedo echarme a un lado y
contemplar la ausencia que deja la mirada de Andy. Jericó gime de
sufrimiento al tiempo que ayuda a Leo, que se muestra más serio que
nunca. Henry pasa desconcertado ante mí, le miro angustiada. Al
verles pasar, comprendo que no puedo hacer nada para ayudarles. Mi
presencia lo único que lograría sería desconcentrar a Henry. Él
es el médico, debo dejarle a él. Sin embargo, mi mirada se tuerce
hacia Gaudin, que no tiene ni el valor de mirarme. Es justo cuando
estoy a punto de no sostener mis garras y arrastrarlo del chaleco
hasta la sala de reuniones cuando una voz me asalta con brusquedad.
-No lo hagas.
Al mirarla, veo culpabilidad en sus ojos. Es Sandra.
-¿Qué diablos ha
ocurrido? - Pregunto furiosa.
-Andy entró dentro del
trasto alienígena y se colocó la corona de mandos. - Me cuenta con
ojos llorosos.
-¿Pero no estaba
cerrada? - Pregunto encolerizada.
-Lo estaba. - Suspira al
tiempo que se pasa la manga por la cara, sin poder aguantar las
lágrimas. - Pero Gaston la abrió y yo…
-Es un irresponsable. Él
sabía que esto podía ocurrir.- Afirmo mientras me giro para buscar
a ese mal nacido.
-No, no ha sido culpa de
él. A sido culpa mía - Me invita a volverme nuevamente hacia ella.
-Explícate, Sandra- Le
imploro.
-Yo le distraje y
entonces… ocurrió.
-¿Pero qué ocurrió,
Sandra?
-Se le ha vaciado la
cabeza… Gaston dice que no tiene remedio, que no podrá volver a
utilizarla, que solamente podrá respirar. Que su corazón seguirá
latiendo, pero que no volverá a hablar o si quiera a vernos o
reaccionar…
-Sandra, esto no ha sido
culpa tuya. Solo hay un culpable de esta situación, el
desconocimiento. ¿Cómo podíais Andy o tu saber…? – Me detengo,
me trabo. – Tan sólo hay un camino para que no vuelva a pasar nada
de esto. - Suelto entre rugidos. -Voy a encerrar a ese malnacido
hasta que nos diga todo lo que sabe, porque él si sabía lo que
podía ocurrir y por ello suya es la irresponsabilidad de lo que ha
ocurrido.
-No puedes hacerle eso.
- Me mira con ojos lastimeros - Él es el único que puede ayudarnos
y esa es su intención, él sabe lo que hay que hacer.
No hay más que mirar su forma de comportarse, se nota que
tiene un plan para seguir adelante, para darles cara. Seguro que ese
doctor al que busca sabe muchas cosas acerca de ellos.
-Espero por su bien que
Andy se levante en un par de horas y que esté como nuevo porque me
da igual lo que sepa o lo que deje de saber si algo le pasa. Nadie,
Sandra, y digo nadie, hace daño a uno de los míos y sale indemne
del asunto. Gaston se las va a ver conmigo y espero por su bien que
como mínimo me cuente todo lo que quiero saber, y que tenga una
buena excusa para lo que ha pasado con Andy.
Abandono a Sandra en su triste e inútil lamento
para emprender mi marcha a la enfermería. No puedo creer cómo puede
defenderle e incluso auto-culparse, me resulta increíble. Ese tipo
tiene todas las papeletas vendidas para que lo ate en el helicóptero
y compruebe cuánto tiempo tardan los discos en aparecer y
derribarle. Al menos nos resultaría útil el saber cuánto tiempo
tardan en detectarnos y responder en consecuencia… Pero bueno, ya
pensaré que hacer con Gaudin. Ahora debo preocuparme por Andy y por
Jericó, nadie puede imaginarse el dolor que debe de estar sintiendo
él en estos instantes. Al menos nadie que no haya vivido algo
similar.
A llegar junto al quirófano veo a Phill apoyado en
el marco de la puerta, lo que me hace comprender que Gaston está
dentro. Encuentro al alien tumbado en la cama metálica, pero a pesar
de llamar mi atención me lo quito rápidamente de la cabeza para
poder recorrer la estancia.
Gaston sale caminando lentamente de la enfermería
de donde emanan ruidos varios. Me mira con frialdad como si estuviera
exento de toda culpa. Rodea la mesa por el lado opuesto al que lo
hago yo, y ninguno de los dos abandona el contacto visual con el
contrario. Allí, con el verdadero enemigo yacido muerto entre los
dos, libramos una vez más un duelo de miradas en busca de lo que
parece ser el alma del otro. Sin duda yo quiero algo de ese hombre,
algo que él no me deja tener. Lo que me pregunto es si él realmente
desea tener algo de alguno de nosotros.
Aparta la mirada y abandona la sala, lo me hace
pensar que no quiere nada de nosotros, que no nos necesita. No lo
comprendo, pero no será ahora el momento de darle sentido u obtener
lo que quiero. Ahora es el momento de no abandonar a los míos… al
menos de estar con Jericó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario