domingo, 2 de marzo de 2014

CAPÍTULO V  [Joane Spencer memories] – Almacén 402.


Estoy en el patio del búnker y casi me siento desnuda a cielo descubierto, sobre todo por la ausencia del XM8. El sol de la mañana no pega demasiado fuerte, y aún así visto con gorra. El resto de mi vestimenta también es nueva. Por lo visto en este lugar había bastante vestuario militar. Observo nuestra nueva casa y me pregunto cuánto duraremos aquí. Es inevitable que antes o después den con nosotros. No obstante, no creo que les podamos vencer. Claro que una cosa es vencer y otra muy diferente es presentar batalla. Debemos sobrevivir, eso es todo. No sabemos qué sol se levantará mañana y por ello lo mínimo que debemos hacer es continuar con vida. Es nuestra responsabilidad.
-¡Ejercicios matutinos!- Oigo tronar la voz de Phill.
El Sargento recorre las filas de soldados que se presentan ante él. Phill es un tipo corpulento de rasgos cuadrados. Tiene la cabeza afeitada y los ojos color caramelo, además de estar adiestrado en diversas formas de combate y estrategia militar. Sin duda alguna es el mejor de mis hombres por ser el más equilibrado aunque rara vez destaque ampliamente en un campo. Digamos que posee “mucha sabiduría pero ninguna maestría”. Aunque pensándolo bien sí que tiene una… es lo que yo llamo “don de hombres”. Es un líder natural y sabe cómo poner bajo sus pies al más grande de sus reclutas y, lo que es mejor aún, hacer que todos aquellos a los que maltrata en sus duras enseñanzas acaben confiando plenamente en su pellejo. Eso es algo que yo también comparto con esos reclutas, confío en él.
-Sargento Phillips.- Le saludo.
-Mi Teniente.- Responde y saluda con el gesto militar.
-Hoy si no le importa dirigiré yo los ejercicios matutinos.
-Por supuesto, Mi Teniente.
-En ese caso… ¡únase a la fila, Sargento! - Grito de manera impulsiva - Odio perder el tiempo.
Phill no duda un solo instante y ya está formando junto al resto de nuestros hombres. En unos segundos ya los tengo corriendo alrededor del búnker y a lo largo de la mañana realizamos otros tantos ejercicios. Una vez los acaban observo que
 Phill es el menos jadeante. Siempre entrenado, siempre en forma.
La compañía se dispersa y me acerco a él.
-He de reconocer que los mantienes bien a raya. Buen trabajo, Sargento.
-Ese es mi deber, Mi Teniente.
-Aún no he podido preguntar ¿Cómo fue el asalto?
Mi mirada se antoja inquisitiva, mientras escucho su informe.
-Sitiamos el búnker y siendo ellos conscientes de nuestra presencia, se encerraron en su interior. Observamos con los prismáticos que nos apuntaban con un rifle “Barrett”. Lamento informar que fue indispensable acabar con el francotirador. Después de eso, el resto de los hostiles se rindieron a nuestra advertencia. - Su tono es de culpabilidad, respeta la vida humana.
-Entiendo, me parece razonable ¿Tenían muchas armas?
-Esto es un arsenal. Hacía tiempo que no veía tantos fusiles juntos.
-Ya veo. Esa es una buena noticia, ya sabes que la munición comenzaba a escasear, y si no llegamos a encontrar un sitio así probablemente habríamos tenido que empezar a racionalizarla, y cancelar prácticas. Últimamente las cosas cambian, no se si para bien o para mal, pero cambian. Y hablando de cambios… -Sonrío entre dientes - ¿Qué te parece el nuevo, ese tal Gaston Gaudin? ¿Le has conocido?
-Le he visto, pero nada más. El tipo rara vez habla a pesar de que todos le hacen muchas preguntas, y se limita a evadirlas mientras puede. Además, yo asaltaba el búnker mientras él os… -hace una pausa antes de pronunciar la última palabra, que escupe con diferente tono- … “os rescataba”, Mi Teniente, por lo que no tengo más información que contrastar.
En este momento me siento reflejada en su mirada. Phill también lo ha percibido.
-No te hace ninguna gracia ese tío ¿verdad?- Pregunto de forma amistosa.
-No. Francamente, no soporto que se crea mejor que nosotros solo porque sepa más respecto al enemigo. Está claro que es militar y seguramente lo que sepa sea gracias a nuestro ejército, pero estoy seguro que el muy cabrón se hace el interesante porque le gusta que estén detrás de él. Me repatea las pelotas, Mi Teniente.
-Está bien. Lo cierto es que tu pensamiento no es muy diferente al mío - admito mirándole a los ojos, bajo la visera de la gorra.
-¿Cómo dice? ¿No le había salvado la vida?- Se muestra desconcertado. Esperaba una respuesta contraria, y a pesar de ello me ha confesado su punto de vista. El gesto le honra aún más si cabe.
-Sí, así es. Pero digamos que tengo una opinión no demasiado buena de él y de lo que seguramente tratará de hacer.
-Continúe, por favor. No me deje en ascuas.
-Bien. Sé que puedo confiar en ti, así que te lo pediré sin más rodeos. Así es como me lo pedía a mí la gente que me tomaba de valor. Por lo visto, el tipo está buscando a un ruso, un médico que fue encerrado por estar pirado y hacer cosas de pirado. Estoy segura de que querrá seguir su busca y en solitario, pero no podemos dejar que se vaya de aquí sin más. No me fio de él, sabe dónde nos encontramos y considero una traición contra su especie que no nos explique el cómo combatirles. - Hago una pausa para escudriñar su expresión, mezcla de alegría y cierto desconcierto. - Quiero que le vigiles y que hagas lo necesario para que no se largue de aquí. Y por supuesto, no compartas esto con nadie, con absolutamente nadie a excepción de Henry, con el que te turnarás para vigilarle, y por supuesto conmigo. –Acabo con las palabras mágicas para Phill. - Es una orden, Sargento.
-Muy bien, Teniente. Ese tío va a tener que demostrar ser muy bueno si quiere pasar por encima de mí para salir de aquí. Como ya sabes, no me dieron la boina verde en una tómbola. - Burla en pos de su confianza, agasajado por la distinción a su persona.
-Muy bien. Aún así, no tienes que preocuparte hasta dentro de un par de horas. Ahora tenemos que hacernos cargo de otro pequeño asuntillo.
Phil y algunos de sus hombres me acompañan al interior de las instalaciones. Ellos han cogido sus armas y en cambio yo sigo en ausencia de mi fusil, a pesar de llevar el resto de mi equipo. Recorremos gran parte del interior del búnker y los hombres que se cruzan en nuestro camino nos saludan hasta llegar finalmente al ala sur, concretamente a una puerta metálica donde puede leerse “Almacén 402”. La puerta está bloqueada por una barra de acero y algunas cadenas. Mis hombres retiran las cadenas y desbloquean la puerta al tiempo que tras la misma se pueden oír algunos murmullos. Al abrirse, mi equipo irrumpe en la habitación quedándose dos de rodillas a metro y medio de la puerta y apuntando al interior de la habitación con sus amenazantes subfusiles MP7, y otros dos de pie a sus espaldas.
El interior de la amplia habitación está desalojado de muebles o cualquier decoro que se le parezca y sus paredes son de un color pastel, inusual en el ejército para estancias lejanas al desierto. Lo único que hay en el almacén 402 del ala sur son los denominados prisioneros “hostiles” que habitaban el que es ahora nuestro nuevo hogar, si es que podemos llamarlo así.
Phill entra en el almacén poniéndose al lado de sus hombres más adelantados y contempla a los veintidós prisioneros que allí observan, temerosos en general salvo alguna que otra mirada desafiante.
-Como ya sabéis, soy el Sargento Phillips Osword y mío es el aire que estáis respirando. Tengo a alguien que presentaros, alguien a quien le debéis la vida, una persona que será a partir de ahora dueña de vuestras almas ya que si le desobedecéis seréis mandados directos a los brazos del diablo. – Hace una pausa para mirar la reacción general. - Espero que os haya quedado claro.
Veo a Phill de espaldas y me conciencio de lo que voy a decirles. Camino hacia él y se hace a un lado. Los miro uno a uno mientras guardo silencio. Hasta cierto punto todos están algo desconcertados. Supongo que es normal, aunque hay uno que me llama especialmente la atención. Afroamericano de alrededor de dos metros, cabeza rapada, perilla descuidada, más  algunos trivales tatuados. Me contempla con ojos amenazantes, nada que ver con el resto de las miradas. Dejo el cerco de mis hombres y avanzo hacia él, deteniéndome a metro y medio para sostenerle la mirada. Tras unos segundos de desafío decido acabar con la farsa. Levanto el brazo en un gesto inocente de rascarme la nuca. Él no se altera por ello. Entonces lanzo mi gorra contra su cara para distraerle, y le propino una patada en su zona genital. El hombre, de gran tamaño, queda encorvado lo suficiente como para que tome su cabeza con ambas manos y tire de ella hasta mi rodilla, donde se produce un impacto titánico. Me veo sorprendida cuando el tipo hace ademán de ponerse en pie, ya que lo creía inconsciente. En ese momento le ayudo soltándole una nueva patada en el pecho que lo impulsa de espaldas contra la pared. No le da tiempo a pensárselo cuando ya está lanzándome un derechazo que aparto sin problemas en un avance que me coloca a su espalda. Piso sobre su gemelo derecho desde atrás, lo que le obliga a clavar la rodilla y tomo con una de mis manos sus fosas nasales, que estiro hacía atrás. Tiene la nariz partida y no puede evitar gemir de dolor cuando sin comerlo ni beberlo nota el acero de mi cuchillo de combate en la garganta. Suelto entonces su ensangrentada y retorcida nariz, y acerco mi cara a su oído:
-No dudaría en degollarte si lo vuelves a intentar. - Noto su temblorosa respiración y al subir levemente el cuchillo observo la asustada mirada reflejada en la hoja del machete.
-Esa expresión está mejor, mucho mejor.
Me retiro del hombre que yace derrotado y vuelvo junto a mis hombres. Phill tiene una expresión de aprobación que adereza con una media sonrisa. En cambio, cuando me giro, veo el horror reflejado en la mayoría de los prisioneros mientras un hombre de gran talla y nariz rota busca refugio y ayuda entre los demás.
-El invasor no es humano y no respeta la vida humana. Nosotros no somos enemigos, solo tenemos que aprender a convivir  juntos. – Comienzo con tono amigable. - Hemos sobrevivido por organizarnos de manera militar, y vosotros habéis sobrevivido por esconderos en un búnker militar. – Trato de convencerles haciendo uso de la lógica - ¿No os dice algo esa reflexión?
El silencio se adueña del almacén, donde mi eco reverbera hasta acabar apagándose. Observo la cara de mis oyentes, desconcertados, y lo cierto es que me sorprendería que alguno haya reflexionado levemente sobre lo que acabo de decir. La masa asustada no escucha, tan solo teme y se cierra, por lo que las formas no me llevarán a solución alguna. Mucho me temo que en estas condiciones tan solo puedan entender un idioma, uno que sin duda conozco demasiado bien.
 Así pues, dejo escapar un suspiro profundo antes de continuar en un tono más severo:
-No saldréis de esta habitación ni comeréis hasta que no aceptéis nuestra forma de vida. El sargento Phillips al que ya conocéis os guiará en vuestra instrucción. Es vuestro deber como seres humanos aprender a sobrevivir y hacerlo de la mejor manera posible, somos muy pocos como para que se siga desperdiciando la vida humana. Cada cinco horas se aceptarán a dos nuevos reclutas y los demás permanecerán a la espera de su oportunidad o de su elegida lipotimia. Se os dará una instrucción y se os reeducará para que podamos confiaros armas algún día. Cuando se os considere aptos, seréis uno de los nuestros. Hasta entonces espero que no dudéis en que toda infracción será desproporcionalmente castigada y que si esa infracción implica un arma se os ejecutará en el acto sin importar el valor de vuestra vida.  ¿Me he explicado bien? ¿Alguna pregunta? - Expreso de manera fría.
Hay un leve momento de reflexión, que no tarda en romperse.
-Sí, yo tengo una. - Enuncia una mujer de aspecto desdichado y con una expresión de preocupación superior a la de la mayoría de los presentes. – Con lo que acaba de decir, ¿también se refiere a las mujeres y a los niños?
La pregunta me colma, y siento realmente deseos de guantearla.
-Mire, no luchamos por caramelos ¿sabe? Luchamos por la supervivencia de nuestra especie. ¿Cree usted que a esos platillos que sobrevuelan el cielo les importa vuestro sexo? Si no lo sabe se lo diré yo: la respuesta es… ¡no! Por ello, si con “niño” nos referimos a uno de siete años por supuesto que le negaré todo esto. En cambio, si se refiere a ese quinceañero que tiene al lado, mucho me temo que ya va siendo hora que aprenda a sobrevivir. – Contengo mi rabia, a pesar de mantener una expresión inquisitiva.
-Es que… ¿no es usted madre, acaso?- Afirma con dolor.
-¿Cómo se atreve? Mis hijas murieron abrasadas en casa junto a su madre. Además, usted es tan mujer como yo. ¿Cómo puede tener la cara de querer ser menos que los demás? En esta guerra no se lucha por los intereses de un político o algún militar. Como ya le he dicho luchamos para sobrevivir, y lo cierto es que no tengo pensamiento de abandonar la idea.
Contemplo con soberbia a los prisioneros y me conciencio de todo lo que les he dicho. Todos guardan silencio, entienden que están bien jodidos. Quizás si no le hubiera partido la nariz a ese grandullón a alguno de ellos se le hubiese ocurrido discutirme o rebatir mis argumentos. Sin embargo ahora incluso la testadura mujer guarda silencio.
Vuelvo a suspirar profundamente al dejar atrás el almacén 402. Siento el pesar, siento la culpa. Le he dicho a esa mujer que mis hijas murieron junto a su madre… y es cierto, o al menos casi. Los sentimientos vuelven a  atravesarme de esta forma últimamente tan cotidiana.
 Mis pasos me llevan hasta el pasillo central junto al que se encuentra la sala de reuniones. Allí tomo asiento en uno de los bancos que hay entre las metálicas taquillas y alguna que otra puerta. En realidad, me siento agotada. Es como si intentase correr una maratón después de haber estado tanto tiempo parada. El golpe en la cabeza no me ha sentado demasiado bien, los ejercicios matutinos también se hacen notar, y el haberle partido la nariz a ese hombre y el haberme alterado tanto con esa mujer… Sin duda, todo pasa factura en un día como este.
-¿Qué tal estás, Joana?- Dice la inquieta voz de Eric.
Levanto la cabeza y le veo junto a un tipo al que no he visto en mi vida. Ambos están vestidos con uniformes nuevos que de seguro son de nuestra nueva adquisición. Desde luego, ha sido un acierto el tomar este nuevo emplazamiento.
-¿Qué tal, Joana?-pregunto enarcando una ceja –No creo que esas sean formas, Eric.
Le reprimo. No debemos tomar ese tipo de confianzas, sobre todo cuando hay otros militares presentes. Las formas y la rigidez nos han mantenido con vida hasta el día de hoy.
-Lo siento, Mi Teniente - Reacciona enseguida.
-no te preocupes, Eric. No importa - Le informo de manera ausente.
-Bien, Mi Teniente ¿Cómo se encuentra?
Al oírle insistir bajo del mundo de mis pensamientos más profundos, a sabiendas de que no va a pasar de largo. El pobre Eric, civil antaño, debió darle muchos dolores de cabeza a Phill, ya que no tiene ni idea de cómo tratar con su superior.
-Si vamos a hablar, hablemos dentro. - Les invito a entrar molestándome en mostrar un sucedáneo de sonrisa. –Vamos, seguidme.
Ellos asienten con la cabeza y, tras levantarme, me cuelo por el marco de la puerta de enfrente que lleva a la sala de reuniones. Ciertamente ese sillón me está llamando. Ellos me siguen y se colocan de pie, mientras yo caigo rendida frente a tales comodidades. Eric, de pelo castaño y ojos marrones, me mira con su expresión habitual, pero el otro tiene una mirada desencajada y unos ojos tan expresivos como los de un niño pequeño. Tiene la piel pálida y no parece haberse nutrido bien. Si no fuera por el uniforme me atrevería a jurar que he visto cadáveres con mejor presencia.
-Y bien… ¿Quién es tu acompañante? - Pregunto extrañada de mi propia despreocupación.
-¿Él? ¡Cierto! Qué descuido, aún no lo he presentado. Es Richard. Bueno, ya sabes. Chicago, Burns.
-Dios santo, con tanto Gaston Gaudin casi me había olvidado de ti. - Admito en mi abandono. - Siento este pequeño show, lo cierto es que Eric no se ha adaptado demasiado bien a nuestra forma de vida donde el protocolo militar está tan presente. Bueno, no es el único, muchos aquí son civiles y una vez que compartes momentos fuera de servicio no saben activar de nuevo el chip frente a la retomada de los galones.
Tras hacer una pausa, observo a Richard y comprendo que no sabe cómo comportarse. El tipo es bastante inquieto, y salta a la vista que su estado anímico no es digno de considerarse estable.
-Richard… si eres militar te agradecería que lo hicieses notar. Por el contrario, no creo que tardes en adaptarte.
-Sí, Mi Teniente. Y sí, sí, sí soy militar, y claro… claro que no me costará ¿no? - Dice entre lo que parecen risas y nervios.
-Disculpa sus formas, Teniente. A pesar de todo este hombre ha pasado bastante tiempo en aislamiento. No ha tenido contacto alguno con seres humanos en meses.
-No hace falta que hables por él. Por mucho tiempo que haya pasado solo, no ha perdido el habla. Dime Richard… ¿Cuál es tu historia?
-Realmente tengo poco que contar. Seguramente mi historia sonará típica y aburrida y es muy extraño que así sea, pero… pero mucho me temo que la mayoría de los que viven estos días, si siguen vivos, habrán vivido algo parecido. Todos los míos están muertos, total y completamente muertos. Yo sigo vivo, vivo. -Enuncia haciendo claros esfuerzos por guardar la poca compostura de la situación.
-Está bien. Creo que te vendrá bien estar un tiempo inactivo y recuperarte. Puedes tomarte el tiempo que necesites. Una vez estés listo, dirígete a mí y veremos qué tarea te vendrá bien.
-No, no, no es necesario. Es mejor, sí, mucho mejor que les ayude… - Responde importunado.
-Richard, no era una pregunta. Es una orden. Debes descansar, por el momento esa es tu tarea. Y si no te importa, déjanos un momento a solas. Eric tiene asuntos que tratar conmigo.
-Sí… sí, no se preocupe… ya me voy… - Dice al tiempo que arrastra los pies hasta abandonar la sala, envuelto en un incómodo silencio.
Eric aguarda unos instantes hasta que deja de oír los forzados pasos de Richard al tiempo que mi mirada recorre cada centímetro de su cuerpo, predilecto novato. Su rostro se tuerce más curtido que la última vez que le escaneé de esta forma. Creo que es bastante normal que la gente madure a esta velocidad en los tiempos que vivimos. A pesar de todo, este sigue algo verde.
-Bien, Mi Teniente ¿Qué desea?
-Pues en principio, querría hablarte de Richard. Se le siente bastante trastornado ¿no?
-Así es, Mi teniente - Corrobora.
-¿Crees que puede resultar peligroso? - Pregunto sin más.
-No, no lo creo. - Responde con algo de duda en su mirada. – Creo que su cabeza está “medicamente sana”, como diría Henry.
-Está bien… pero si ves algo raro házmelo saber ¿de acuerdo? - Sugiero con deseo de una respuesta que me dé pie a arrebatarle las armas.
-¿Raro? - Reflexiona en voz alta. - Creo que hay cosas mucho más raras que Richard de las que preocuparse.
-explícate, Eric.
-Es ese tipo, Gaston. - Suspira profundamente, incómodo por la situación – Lo cierto es que no es normal. Ese tipo nos salvó a todos, y entró dentro de ese trasto que yo mismo he intentado abrir sin éxito, sin siquiera averiguar cómo funciona el panel de control. No obstante el entró… ¡y lo condujo!
-No sientas envidia por lo que ese hombre sabe, pronto lo compartirá. Ese tipo es militar, y de un alto grado. Quizás no respete su comportamiento, pero sin duda alguna ha hecho un buen trabajo. - Informo con el solo objetivo de mantener la cordura entre mis hombres. De momento, mi odio y desconfianza hacia él deben continuar oprimidos.
-No es envidia Joana, no es eso. - Niega en su incomodidad.
-Da igual lo que sea. No alimentes esta locura, Eric. Es lo último que necesitamos.
-Está bien, Mi Teniente - Acepta a las duras.
Tras cruzar cuatro palabras más con Eric siento que algo va mal. En ese instante me levanto de la silla, ya que el alboroto de fuera es mayor que el de costumbre. La gente se agita y veo tras la ventana a un grupo que pasa a toda prisa. En ese momento mi mano busca su seguridad en un rifle que no encuentra. Maldita sea. Observo a Eric, que aún más desconcertado que de costumbre. Quizás no esté tan curtido como había pensado. Echo a correr fuera y cuando salgo puedo ver que en el patio Jericó, Leo y Henry trasportan el cuerpo lacio de Andy. Tras ellos diviso el frío rostro de Gaston Gaudin.
Al ver la escena tan solo puedo echarme a un lado y contemplar la ausencia que deja la mirada de Andy. Jericó gime de sufrimiento al tiempo que ayuda a Leo, que se muestra más serio que nunca. Henry pasa desconcertado ante mí, le miro angustiada. Al verles pasar, comprendo que no puedo hacer nada para ayudarles. Mi presencia lo único que lograría sería desconcentrar a Henry. Él es el médico, debo dejarle a él. Sin embargo, mi mirada se tuerce hacia Gaudin, que no tiene ni el valor de mirarme. Es justo cuando estoy a punto de no sostener mis garras y arrastrarlo del chaleco hasta la sala de reuniones cuando una voz me asalta con brusquedad.
-No lo hagas.
Al mirarla, veo culpabilidad en sus ojos. Es Sandra.
-¿Qué diablos ha ocurrido? - Pregunto furiosa.
-Andy entró dentro del trasto alienígena y se colocó la corona de mandos. - Me cuenta con ojos llorosos.
-¿Pero no estaba cerrada? - Pregunto encolerizada.
-Lo estaba. - Suspira al tiempo que se pasa la manga por la cara, sin poder aguantar las lágrimas. - Pero Gaston la abrió y yo…
-Es un irresponsable. Él sabía que esto podía ocurrir.- Afirmo mientras me giro para buscar a ese mal nacido.
-No, no ha sido culpa de él. A sido culpa mía - Me invita a volverme nuevamente hacia ella.
-Explícate, Sandra- Le imploro.
-Yo le distraje y entonces… ocurrió.
-¿Pero qué ocurrió, Sandra?
-Se le ha vaciado la cabeza… Gaston dice que no tiene remedio, que no podrá volver a utilizarla, que solamente podrá respirar. Que su corazón seguirá latiendo, pero que no volverá a hablar o si quiera a vernos o reaccionar…
-Sandra, esto no ha sido culpa tuya. Solo hay un culpable de esta situación, el desconocimiento. ¿Cómo podíais Andy o tu saber…? – Me detengo, me trabo. – Tan sólo hay un camino para que no vuelva a pasar nada de esto. - Suelto entre rugidos. -Voy a encerrar a ese malnacido hasta que nos diga todo lo que sabe, porque él si sabía lo que podía ocurrir y por ello suya es la irresponsabilidad de lo que ha ocurrido.
-No puedes hacerle eso. - Me mira con ojos lastimeros - Él es el único que puede ayudarnos y esa es su intención, él sabe lo que hay que hacer. No hay más que mirar su forma de comportarse, se nota que tiene un plan para seguir adelante, para darles cara. Seguro que ese doctor al que busca sabe muchas cosas acerca de ellos.
-Espero por su bien que Andy se levante en un par de horas y que esté como nuevo porque me da igual lo que sepa o lo que deje de saber si algo le pasa. Nadie, Sandra, y digo nadie, hace daño a uno de los míos y sale indemne del asunto. Gaston se las va a ver conmigo y espero por su bien que como mínimo me cuente todo lo que quiero saber, y que tenga una buena excusa para lo que ha pasado con Andy.
Abandono a Sandra en su triste e inútil lamento para emprender mi marcha a la enfermería. No puedo creer cómo puede defenderle e incluso auto-culparse, me resulta increíble. Ese tipo tiene todas las papeletas vendidas para que lo ate en el helicóptero y compruebe cuánto tiempo tardan los discos en aparecer y derribarle. Al menos nos resultaría útil el saber cuánto tiempo tardan en detectarnos y responder en consecuencia… Pero bueno, ya pensaré que hacer con Gaudin. Ahora debo preocuparme por Andy y por Jericó, nadie puede imaginarse el dolor que debe de estar sintiendo él en estos instantes. Al menos nadie que no haya vivido algo similar.
A llegar junto al quirófano veo a Phill apoyado en el marco de la puerta, lo que me hace comprender que Gaston está dentro. Encuentro al alien tumbado en la cama metálica, pero a pesar de llamar mi atención me lo quito rápidamente de la cabeza para poder recorrer la estancia.
Gaston sale caminando lentamente de la enfermería de donde emanan ruidos varios. Me mira con frialdad como si estuviera exento de toda culpa. Rodea la mesa por el lado opuesto al que lo hago yo, y ninguno de los dos abandona el contacto visual con el contrario. Allí, con el verdadero enemigo yacido muerto entre los dos, libramos una vez más un duelo de miradas en busca de lo que parece ser el alma del otro. Sin duda yo quiero algo de ese hombre, algo que él no me deja tener. Lo que me pregunto es si él realmente desea tener algo de alguno de nosotros.

Aparta la mirada y abandona la sala, lo me hace pensar que no quiere nada de nosotros, que no nos necesita. No lo comprendo, pero no será ahora el momento de darle sentido u obtener lo que quiero. Ahora es el momento de no abandonar a los míos… al menos de estar con Jericó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario