viernes, 28 de marzo de 2014

CAPÍTULO VI – [Gaston Gaudin memories] El descenso.



El ambiente está tenso, muy tenso, mientras todos intentan en vano reanimar a Andy o consolar a Jericó. Camine donde camine siempre despierto murmullos y miradas de soslayo, que ahora no acaban en comentarios y acercamientos curiosos. Ahora nadie me sigue, ahora nadie me habla, nadie me pregunta nada... y sinceramente, no sé qué situación es peor.
Mientras deambulo sin rumbo por las afueras del búnker, un leve "clack" suena cercano a mi cintura.
- Otra cinta acabada...
Abro el pequeño grabador de casetes de 90 e introduzco uno nuevo. Es curioso ver cómo los aparatos antiguos son a veces los más resistentes. Mientras lo aprecio vuelvo a pulsar el botón “rec”, eternamente hundido, y comienzo la cinta tras enumerarla tal y como comencé las otras tantas anteriores.
Mi nombre es Gaston Gaudin, y busco al doctor Nikolai Bashmakov desde el día que la especie humana perdió la supremacía terrestre. La última noticia que tuve de él fue la procedencia de sus estudios en la universidad de Loyola, Chicago. Allí, en el edificio de ciencias, debe de continuar el expediente que quizás me revele el paradero de su hogar... o al menos del que fue su hogar en el pasado; Necesito completar el siguiente paso, el expediente Bashmakov. La información la he obtenido de un médico que responde al nombre de Henry, y que hace las veces de militar en la base donde ahora me encuentro. Aquí, y salvando a la Sargento llamada "Sandra" y cuyo apellido desconozco, la mayoría ha cambiado la admiración por odio. El resto, simplemente, jamás me admiraron.
No puedo evitar pensar en la naturaleza desconfiada de nuestra especie a la vez que caigo en "Zeta", y en las extrañas conexiones que todo ha engendrado. No puedo demorar más mi objetivo y mucho menos ahora, momento en el cual la compañía humana comienza a tornarse hostil. Sean cuales sean sus motivos, luchar o sobrevivir, nuestros caminos deben separarse por el bien de todos, por el bien de todo.
- Pareces duro, pero a mí no me engañas. - Me giro para descubrir a un soldado corpulento que me observa dibujando media sonrisa. Parece ser que lleva siguiéndome algún tiempo. - Dime, Gaudin. ¿Qué estás tramando?
Se me acerca a medio palmo de la cara, e impasible puedo notar las idas y venidas de su aliento. Tras sostener un rato la mirada tras mis gafas de sol oscuras decido no entrar, y reanudo una marcha que no duda en seguir.
-¿Estás sordo, Gaudin? No se me ha informado que tengas ningún privilegio especial sobre el resto de nuevos reclutas, y veo que te comienzas a alejar demasiado de la base. ¿No pretenderás huir, verdad?
Continúa sonriendo. Parece divertirse, parece que esperaba poder hacer todo esto. Levanto las gafas-visor para que sus ojos color caramelo puedan captar la seriedad y determinación de los míos.
-No soy tu recluta.
Me giro para volver sobre mis pasos, irme ahora con el jaleo del "grandullón" llamaría demasiado la atención, algo que no deseo. En el giro de mi vuelta aprovecha entonces para darme un jocoso empujón que me lleva al suelo con la ayuda de un pie dejado en camino a propósito.
Tras caer con estrépito decido no moverme. El corazón me late con fuerza, la adrenalina se dispara en mi cuerpo, los músculos se tensan… pero trato de contenerme a través de la respiración, controlada.
                -Tranquilo Gaston, tranquilízate… - me digo.
Con la única visión de la tierra a la que me ha empujado puedo oír su risa divertida, a mi espalda.
Al comenzar a levantarme noto como el dibujo de sus labios se acentúa a la vez que camina hacia mí.
- Dime, ¿dónde están ahora tus prodigios, héroe?
Giro el rostro y veo como carga la pierna para sacudirme una patada al grito de “Esto es por Andy”.
Entonces no puedo soportarlo más, no puedo, y mi cabeza estalla a la vez que se achican mis pupilas en busca de precisión.
Me aparto de la trayectoria haciendo resbalar mi pie derecho sobre la tierra a la vez que el izquierdo hace de virote, y mientras veo pasar su pierna aprovecho el impulso para desenvainar con la diestra uno de mis dos cuchillos en media luna del costillar. Trato de aprovechar el desequilibrio de su acción y la sorpresa para lanzar mi ataque, pero le subestimo. Logra agacharse rápidamente para esquivar mi corte circular y al pasar mi mano sobre su cabeza aprovecha para girarse y cargar mi espalda con un placaje de hombro que vuelve a llevarme al suelo.
Una vez más puedo oír su risa a mi espalda. Es entonces cuando mi cerebro se colapsa y la razón de mi propia condición me hace enervarme desenvainando la otra hoja y levantándome en carga enfurecida en busca de perforar su hígado, su corazón, o cualquier otro órgano que por medio pille. El parece prepararse para lo mismo cuando un grito nos detiene.
- ¡Basta! ¡¿Pero es que os habéis vuelto locos, o qué?!
Su puño permanece se detiene a pocos centímetros de la boca de mi estómago, y mis cuchillas a algo más de su torso. Aguantamos la posición unos segundos, y acabamos replegando retirada sin cruzar nuestros ojos, como perros de guerra fastidiados por la interrupción.
Al recoger del suelo la hoja que había perdido y envainarla junto a su homónima, observo a Sandra, la mujer que profirió el grito, que no deja de mirar a Phill.
-Buenos días, Sargento. ¿Hay noticias de Andy? ¿Ha mejorado? - Pregunta él.
-Sargento Phillips, no sé qué demonios se le pasaba por la cabeza, pero le recomiendo que se lo quite de encima.
-Tan solo actúo según mi deber. Pienso vigilarle de cerca cada vez que se aleje demasiado del búnker. No le dejaré escapar con los secretos, ni sin esclarecer la situación su implicación en el suceso de Andy.
-Su deber lo dictarán las órdenes –hace una leve pausa, un pequeño cambio de tono y de “chip” – así que no me hagas tener que seguir actuando así, por favor. –Se sucede un silencio, y el cambio se pierde tras tragar saliva. - Retírese inmediatamente, es una orden. Espero no tener que recordarle que mi graduación de Sargento es superior a la suya.
Phill le realiza el saludo militar con desdén mientras camina, alejándose de allí sin borrar en ningún instante esa sonrisa de perro.
-Estas no son tus labores, si no las mías. Estas labores son de mi competencia y ni tan siquiera tú puedes revocar las órdenes que me han sido encomendadas. Buen día, Sargento. - Le susurra al pasar a su lado. Parece que le gustaría revocar sus comentarios, pero se muerde la lengua por algún extraño motivo, órdenes superiores quizás. Después, sin desviar su camino, acaba alejándose del lugar dejándonos a solas.
-Ese Phill… Es un buen tipo, créeme, pero como la mayoría te culpa por lo de Andy. –Se me vuelve a acercar demasiado, invadiendo mi espacio personal. - ¿De verdad pensabas irte así, sin más?
La contemplo sin hacer mueca o gesto alguno. Parece preocupada, y el peso de la situación empieza a mermar su entereza.
                -Tú misma lo has dicho. La mayoría me culpa  de que la curiosidad matara a ese gato.
                -No digas eso. Andy aun no ha…
-No, es cierto. Aún no está muerto. Ahora está peor, ahora no siente más que un árbol. Es un vegetal, y jamás volverá a levantarse, o siquiera a despertar.
Sus ojos enrojecen. Trata de aguantar la situación, pero lo duro y directo de mis palabras la hacen tambalear. Suspiro y niego varias veces con la cabeza al ver como una lágrima rebelde se le escapa.
-Mira, Sandra. Ellos desconfían de mí, me odian, y yo no quiero permanecer más tiempo aquí. Es lo mejor para todos, lo mejor es que me vaya. Cada día que paso aquí mis posibilidades de encontrar a Nikolai se reducen.
-¿Lo mejor para todos, dices? Serás idiota… - Me golpea con un puñetazo en el pecho más propio de una mujer frustrada que de una militar. –No es lo mejor para mí. Es que… ¿no has pensado en eso? Joder, ¡ya te lo dije! Te dije que no quería “sobrevivir”, que quería “resistir”, y que no me importaría morir por ello. No puedes irte y dejarme con toda esta mierda encima, así sin más. ¡No puedes irte y dejar a Andy medio muerto en una cama y a esta gente sin saber qué coño hacer cuando ve a un jodido invasor! Y además, ¿qué pasa conmigo? ¡¿Eh!? ¿Crees que…?
-Ven conmigo. – Le interrumpo.
-¿Cómo?- Mis palabras rápidas y secantes la han descolocado. El tono de su voz ha cambiado, donde la incomprensión ha pasado a ser la sustituta de la rabia.
-¿Decías que querías luchar, no?
Ella se mantiene callada, y acaba asintiendo despacio.
-Pues ellos no. Ellos no quieren, asúmelo. El alto mando tan solo busca sobrevivir, y eso es algo que dudo vaya a cambiar. Mientras tanto, esos “invasores” como tú los llamas pretenden dejar la zona como si Chicago jamás hubiera existido, ya lo he visto en otras ciudades, y la pista que sigo se encuentra dentro de ella.  No puedo dejar que destruyan la universidad de Loyola con el expediente que busco dentro.
-¿Vas a meterte en una zona donde hay cientos de cacharros como ese a por un papel?
-No. Voy a meterme en un sitio mucho peor. –Mis ojos reflejan la veracidad de mis palabras. - Voy a descansar y limpiarme, y en tres horas saldré de aquí por el ala opuesta. Aprovecha ese tiempo para recoger tus cosas y esperarme allí. No vengas si no estás de acuerdo, pero por favor, no trates tú también de detenerme, o también tendré que pasar por encima de ti, no lo dudes.
Me voy sin girar la cabeza una sola vez, a pesar de saber que ella no deja de mirarme. El ambiente se enrarece por momentos, todo se vuelve agobiante… necesito salir de aquí. Ya.
Hay una hilera de doce duchas comunes, aunque nadie permanece en el pabellón. Pruebo a abrirlas una a una y acabo hallando la que funciona. Es agua fría, pero valdrá para refrescarme. Supongo que cuando hace más de una semana que no te duchas comienzas a volverte menos exigente.
Me desnudo y dejo todos los enseres cerca, a fin de poder alcanzarlos en caso de ataque, y me coloco bajo el chorro.
No recuerdo la última vez que tuve un momento así, un momento para mí. Es reconfortante, a pesar de conocer lo efímero del suceso. Cierro los ojos y relajo los músculos, dejo la mente en blanco, trato de no pensar en nada y, lo que es mejor, lo logro por un instante. Noto como el agua me resbala, escucho su sonido golpeándome hasta irse por el desagüe... me siento vivo. Al abrir los ojos todo sigue como estaba, es fantástico... pero es hora de volver a la realidad. Alcanzo una de las toallas que penden del colgador y me la llevo a la cara para secarme.
Es entonces cuando un estruendoso y exacerbado sonido agudo sacude mis oídos.
-"¡Yaaaaaghh!"- No puedo evitar soltar un grito de dolor a la vez que aprieto los dientes. Siento que la cabeza me va a estallar, que los tímpanos van a desintegrarse, que el firme se dobla y todo da vueltas.
¿Qué cojones me pasa? Todo empieza a perder su sentido y su linealidad, todo se vuelve cada vez más turbio hasta que, finalmente, un espasmo tras una firme sacudida deja mis ojos en blanco, y mi cuerpo inerte. Siento perder el conocimiento al irme al suelo, y me golpeo la cabeza con fuerza contra los azulejos del mismo, que se quiebran. El sonido, sordo y seco, se expande en eco por el pabellón. Pierdo sangre, empiezo a perderla en abundancia, borbotones de sangre que se escapan por el mismo desagüe de ese agua que me hizo sentirme tan vivo segundos antes.
Todo se oscurece, se vuelve oscuro, se apaga.

                -Maldito seas… Nikolai.

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