El ambiente está tenso, muy tenso, mientras todos
intentan en vano reanimar a Andy o consolar a Jericó. Camine donde
camine siempre despierto murmullos y miradas de soslayo, que ahora no
acaban en comentarios y acercamientos curiosos. Ahora nadie me sigue,
ahora nadie me habla, nadie me pregunta nada... y sinceramente, no sé
qué situación es peor.
Mientras deambulo sin rumbo por las afueras del
búnker, un leve "clack" suena cercano a mi cintura.
- Otra cinta acabada...
Abro el pequeño grabador de casetes de 90 e
introduzco uno nuevo. Es curioso ver cómo los aparatos antiguos son
a veces los más resistentes. Mientras lo aprecio vuelvo a pulsar el
botón “rec”, eternamente hundido, y comienzo la cinta
tras enumerarla tal y como comencé las otras tantas anteriores.
Mi nombre es Gaston Gaudin, y busco al doctor
Nikolai Bashmakov desde el día que la especie humana perdió la
supremacía terrestre. La última noticia que tuve de él fue la
procedencia de sus estudios en la universidad de Loyola, Chicago.
Allí, en el edificio de ciencias, debe de continuar el expediente
que quizás me revele el paradero de su hogar... o al menos del que
fue su hogar en el pasado; Necesito completar el siguiente paso, el
expediente Bashmakov. La información la he obtenido de un médico
que responde al nombre de Henry, y que hace las veces de militar en
la base donde ahora me encuentro. Aquí, y salvando a la Sargento
llamada "Sandra" y cuyo apellido desconozco, la
mayoría ha cambiado la admiración por odio. El resto, simplemente,
jamás me admiraron.
No puedo evitar pensar en la naturaleza desconfiada
de nuestra especie a la vez que caigo en "Zeta", y
en las extrañas conexiones que todo ha engendrado. No puedo demorar
más mi objetivo y mucho menos ahora, momento en el cual la compañía
humana comienza a tornarse hostil. Sean cuales sean sus motivos,
luchar o sobrevivir, nuestros caminos deben separarse por el bien de
todos, por el bien de todo.
- Pareces duro, pero a
mí no me engañas. - Me giro para descubrir a un soldado corpulento
que me observa dibujando media sonrisa. Parece ser que lleva
siguiéndome algún tiempo. - Dime, Gaudin. ¿Qué estás tramando?
Se me acerca a medio palmo de la cara, e impasible
puedo notar las idas y venidas de su aliento. Tras sostener un rato
la mirada tras mis gafas de sol oscuras decido no entrar, y reanudo
una marcha que no duda en seguir.
-¿Estás sordo, Gaudin?
No se me ha informado que tengas ningún privilegio especial sobre el
resto de nuevos reclutas, y veo que te comienzas a alejar demasiado
de la base. ¿No pretenderás huir, verdad?
Continúa sonriendo. Parece divertirse, parece que
esperaba poder hacer todo esto. Levanto las gafas-visor para que sus
ojos color caramelo puedan captar la seriedad y determinación de los
míos.
-No soy tu recluta.
Me giro para volver sobre mis pasos, irme ahora con
el jaleo del "grandullón" llamaría demasiado la
atención, algo que no deseo. En el giro de mi vuelta aprovecha
entonces para darme un jocoso empujón que me lleva al suelo con la
ayuda de un pie dejado en camino a propósito.
Tras caer con estrépito decido no moverme. El
corazón me late con fuerza, la adrenalina se dispara en mi cuerpo,
los músculos se tensan… pero trato de contenerme a través de la
respiración, controlada.
-Tranquilo Gaston, tranquilízate… - me digo.
Con la única visión de la tierra a la que me ha
empujado puedo oír su risa divertida, a mi espalda.
Al comenzar a levantarme noto como el dibujo de sus
labios se acentúa a la vez que camina hacia mí.
- Dime, ¿dónde están
ahora tus prodigios, héroe?
Giro el rostro y veo como carga la pierna para
sacudirme una patada al grito de “Esto es por Andy”.
Entonces no puedo soportarlo más, no puedo, y mi
cabeza estalla a la vez que se achican mis pupilas en busca de
precisión.
Me aparto de la trayectoria haciendo resbalar mi pie
derecho sobre la tierra a la vez que el izquierdo hace de virote, y
mientras veo pasar su pierna aprovecho el impulso para desenvainar
con la diestra uno de mis dos cuchillos en media luna del costillar.
Trato de aprovechar el desequilibrio de su acción y la sorpresa para
lanzar mi ataque, pero le subestimo. Logra agacharse rápidamente
para esquivar mi corte circular y al pasar mi mano sobre su cabeza
aprovecha para girarse y cargar mi espalda con un placaje de hombro
que vuelve a llevarme al suelo.
Una vez más puedo oír su risa a mi espalda. Es
entonces cuando mi cerebro se colapsa y la razón de mi propia
condición me hace enervarme desenvainando la otra hoja y
levantándome en carga enfurecida en busca de perforar su hígado, su
corazón, o cualquier otro órgano que por medio pille. El parece
prepararse para lo mismo cuando un grito nos detiene.
- ¡Basta! ¡¿Pero es
que os habéis vuelto locos, o qué?!
Su puño permanece se detiene a pocos centímetros
de la boca de mi estómago, y mis cuchillas a algo más de su torso.
Aguantamos la posición unos segundos, y acabamos replegando retirada
sin cruzar nuestros ojos, como perros de guerra fastidiados por la
interrupción.
Al recoger del suelo la hoja que había perdido y
envainarla junto a su homónima, observo a Sandra, la mujer que
profirió el grito, que no deja de mirar a Phill.
-Buenos días, Sargento.
¿Hay noticias de Andy? ¿Ha mejorado? - Pregunta él.
-Sargento Phillips, no
sé qué demonios se le pasaba por la cabeza, pero le recomiendo que
se lo quite de encima.
-Tan solo actúo según
mi deber. Pienso vigilarle de cerca cada vez que se aleje demasiado
del búnker. No le dejaré escapar con los secretos, ni sin
esclarecer la situación su implicación en el suceso de Andy.
-Su deber lo dictarán
las órdenes –hace una leve pausa, un pequeño cambio de tono y de
“chip” – así que no me hagas tener que seguir actuando
así, por favor. –Se sucede un silencio, y el cambio se pierde tras
tragar saliva. - Retírese inmediatamente, es una orden. Espero no
tener que recordarle que mi graduación de Sargento es superior a la
suya.
Phill le realiza el saludo militar con desdén
mientras camina, alejándose de allí sin borrar en ningún instante
esa sonrisa de perro.
-Estas no son tus
labores, si no las mías. Estas labores son de mi competencia y ni
tan siquiera tú puedes revocar las órdenes que me han sido
encomendadas. Buen día, Sargento. - Le susurra al pasar a su lado.
Parece que le gustaría revocar sus comentarios, pero se muerde la
lengua por algún extraño motivo, órdenes superiores quizás.
Después, sin desviar su camino, acaba alejándose del lugar
dejándonos a solas.
-Ese Phill… Es un buen
tipo, créeme, pero como la mayoría te culpa por lo de Andy. –Se
me vuelve a acercar demasiado, invadiendo mi espacio personal. - ¿De
verdad pensabas irte así, sin más?
La contemplo sin hacer mueca o gesto alguno. Parece
preocupada, y el peso de la situación empieza a mermar su entereza.
-Tú misma lo has dicho. La mayoría me culpa de que la
curiosidad matara a ese gato.
-No digas eso. Andy aun no ha…
-No, es cierto. Aún no
está muerto. Ahora está peor, ahora no siente más que un árbol.
Es un vegetal, y jamás volverá a levantarse, o siquiera a
despertar.
Sus ojos enrojecen. Trata de aguantar la situación,
pero lo duro y directo de mis palabras la hacen tambalear. Suspiro y
niego varias veces con la cabeza al ver como una lágrima rebelde se
le escapa.
-Mira, Sandra. Ellos
desconfían de mí, me odian, y yo no quiero permanecer más tiempo
aquí. Es lo mejor para todos, lo mejor es que me vaya. Cada día que
paso aquí mis posibilidades de encontrar a Nikolai se reducen.
-¿Lo mejor para todos,
dices? Serás idiota… - Me golpea con un puñetazo en el pecho más
propio de una mujer frustrada que de una militar. –No es lo mejor
para mí. Es que… ¿no has pensado en eso? Joder, ¡ya te lo dije!
Te dije que no quería “sobrevivir”, que quería
“resistir”, y que no me importaría morir por ello. No
puedes irte y dejarme con toda esta mierda encima, así sin más. ¡No
puedes irte y dejar a Andy medio muerto en una cama y a esta gente
sin saber qué coño hacer cuando ve a un jodido invasor! Y además,
¿qué pasa conmigo? ¡¿Eh!? ¿Crees que…?
-Ven conmigo. – Le
interrumpo.
-¿Cómo?- Mis palabras
rápidas y secantes la han descolocado. El tono de su voz ha
cambiado, donde la incomprensión ha pasado a ser la sustituta de la
rabia.
-¿Decías que querías
luchar, no?
Ella se mantiene callada, y acaba asintiendo
despacio.
-Pues ellos no. Ellos no
quieren, asúmelo. El alto mando tan solo busca sobrevivir, y eso es
algo que dudo vaya a cambiar. Mientras tanto, esos “invasores”
como tú los llamas pretenden dejar la zona como si Chicago jamás
hubiera existido, ya lo he visto en otras ciudades, y la pista que
sigo se encuentra dentro de ella. No puedo dejar que destruyan
la universidad de Loyola con el expediente que busco dentro.
-¿Vas a meterte en una
zona donde hay cientos de cacharros como ese a por un papel?
-No. Voy a meterme en un
sitio mucho peor. –Mis ojos reflejan la veracidad de mis palabras.
- Voy a descansar y limpiarme, y en tres horas saldré de aquí por
el ala opuesta. Aprovecha ese tiempo para recoger tus cosas y
esperarme allí. No vengas si no estás de acuerdo, pero por favor,
no trates tú también de detenerme, o también tendré que pasar por
encima de ti, no lo dudes.
Me voy sin girar la cabeza una sola vez, a pesar de
saber que ella no deja de mirarme. El ambiente se enrarece por
momentos, todo se vuelve agobiante… necesito salir de aquí. Ya.
Hay una hilera de doce duchas comunes, aunque nadie
permanece en el pabellón. Pruebo a abrirlas una a una y acabo
hallando la que funciona. Es agua fría, pero valdrá para
refrescarme. Supongo que cuando hace más de una semana que no te
duchas comienzas a volverte menos exigente.
Me desnudo y dejo todos los enseres cerca, a fin de
poder alcanzarlos en caso de ataque, y me coloco bajo el chorro.
No recuerdo la última vez que tuve un momento así,
un momento para mí. Es reconfortante, a pesar de conocer lo efímero
del suceso. Cierro los ojos y relajo los músculos, dejo la mente en
blanco, trato de no pensar en nada y, lo que es mejor, lo logro por
un instante. Noto como el agua me resbala, escucho su sonido
golpeándome hasta irse por el desagüe... me siento vivo. Al abrir
los ojos todo sigue como estaba, es fantástico... pero es hora de
volver a la realidad. Alcanzo una de las toallas que penden del
colgador y me la llevo a la cara para secarme.
Es entonces cuando un estruendoso y exacerbado
sonido agudo sacude mis oídos.
-"¡Yaaaaaghh!"-
No puedo evitar soltar un grito de dolor a la vez que aprieto los
dientes. Siento que la cabeza me va a estallar, que los tímpanos van
a desintegrarse, que el firme se dobla y todo da vueltas.
¿Qué cojones me pasa? Todo empieza a perder
su sentido y su linealidad, todo se vuelve cada vez más turbio hasta
que, finalmente, un espasmo tras una firme sacudida deja mis ojos en
blanco, y mi cuerpo inerte. Siento perder el conocimiento al irme al
suelo, y me golpeo la cabeza con fuerza contra los azulejos del
mismo, que se quiebran. El sonido, sordo y seco, se expande en eco
por el pabellón. Pierdo sangre, empiezo a perderla en abundancia,
borbotones de sangre que se escapan por el mismo desagüe de ese agua
que me hizo sentirme tan vivo segundos antes.
Todo se oscurece, se vuelve oscuro, se apaga.
-Maldito seas… Nikolai.
No hay comentarios:
Publicar un comentario