Una torreta alta de metal
permanece tirada en el suelo sobre lo que antaño era un pueblo
tranquilo, de paso. El asfalto, algo quebrado, ha comenzado a
acumular las capas de un polvo arenisco que ya no es objeto de
limpieza. Las casas están vacías y derruidas y el movimiento se
traslada afuera, sobre las improvisadas carpas de tela y lona color
caqui.
Mi nombre es Joana Spencer, pero a día de hoy
un nombre no dice gran cosa. Un nombre te lo dan al nacer, y me
desagrada pensar que el hecho de escoger la pronunciación y
escritura de la palabra o palabras que encerrarán el significado de
todo tu ser la realizan otros cuando aún no tienes noción de si
quiera que es el bien, el mal, un arma, o la televisión por cable,
por ejemplo. Pensar que un nombre puede identificar el contenido de
una persona no va conmigo. Un nombre sólo conjunta la parte que ella
misma no pudo elegir: dónde nació, quiénes fueron sus padres,
quiénes son sus hermanos… Para mí el contenido de una persona es
más, mucho más, por lo que no me puedo conformar con decir tan solo
que soy Joana Spencer. Tampoco relataré quien fui, ya que poco
importa ahora mi pasado. Además, pienso que una persona puede
cambiar el suyo. El pasado no te define, sino podríamos definir a
los grandes guerreros como aquellos iniciados que fueron antaño, ¿no
crees?
Mi nombre no dice nada de mí, y mi pasado no me
define. Así pues, este es mi presente:
Vivo en una colonia nómada bastante reducida. Aún
así, me pregunto si no existe alguna otra más numerosa que la
nuestra en alguna parte del planeta. Antes de que todo empezase
éramos militares y seguramente es por ello que continuamos con
vida. De entre nosotros, yo soy la voz de mando. Les impulso a
seguir, les impulso a no rendirse, a evitar la desmoralización, a
avanzar, a olvidar el dolor… pero sobre todo, por encima de todas
las cosas, les impulso a mantenerse con vida, a sobrevivir mientras
podamos.
Hace tiempo, el ser humano fue la raza suprema sobre
La Tierra. Lo teníamos todo, nos apoderamos de todo cuanto habitaba
en la faz de nuestro planeta… Sin embargo, culminada la soberbia de
nuestra especie, se nos la arrebató.
Hay muchas teorías acerca de lo que ocurrió,
aunque lo que realmente nos atañe ahora es nuestra cruda situación
actual. Los invasores alienígenas dominan el mundo y nuestra especie
está al borde de la extinción... No luchamos por ninguna patria, no
luchamos por ningún señor; luchamos para sobrevivir, luchamos para
existir como individuos y como especie.
Estamos en el campamento base. Sandra Burton me ha
puesto una grabación de radio captada a través de onda corta. Es un
superviviente que dice estar al este de la ciudad, en Chicago. No
queda demasiado lejos.
- ¿Qué le parece,
Capitan?- Me dice Sandra marcando una sonrisa de oreja a oreja.
Atiendo su pregunta mientras nos introducimos en la
tienda. Allí, un fuerte hedor a grasa y gravilla invade la estancia.
El pequeño espacio que cubre la lona muestra manchas considerables y
un incómodo e incesante ruido de motor portable en funcionamiento no
deja de sonar a la vez que la radio no deja de seguir rastreando
señales en un mar de interferencias. Las radios siempre muestran
interferencias desde que los invasores llegaron, aunque la causa
exacta queda por ser determinada.
Miro fijamente a los ojos azules de Sandra. Sin duda
es una chica preciosa, con su cabello pajizo y el sutil despunte de
colores moteados sobre su discreta naricilla. No obstante, y muy
lejos de la dulzura de la que podría embriagar, su mirada tan solo
me inspira un par de vocablos: Peligro y compromiso.
- ¿Sabes lo que me
estás pidiendo, Sandra? - Pregunto en tono dialogante, de invitación
tendida a la reflexión.
- Lo sé Mi capitan,
pero todos sabemos también los pocos que somos… - Hay un
sentimiento de compasiva humanidad grabado en su rostro.
- Quizás sigamos vivos
por eso. - Le respondo con dureza.
Sandra baja por un instante su mirada hacia la punta
de sus botas. La conozco, y puedo asegurar con certeza el significado
de ese tic, en el que las inevitables punzadas de su particular
“Pepito Grillo” comienzan a hacer sangrar la razón de su
cabeza y sus principios.
- Si simplemente va a
ser eso… - Arranca al fin - Vivir un tiempo sin poder llegar a más.
¿Qué importa? Si no podemos prosperar, si lo único que podemos
hacer es sobrevivir de las pequeñas miserias que encontramos en los
pueblos, en las carreteras y a las afueras de las grandes ciudades,
¿Qué más da? Nunca conseguiremos nada. – En su insistencia queda
reflejada, al igual que en sus palabras y expresión, la mala vida a
la que se ve abocada una superviviente en estos días.
-Quizás tengas razón
en eso de que es mejor morir, pero hay que pensar muy bien qué forma
es la más digna para que desperdiciemos nuestras vidas y las de
nuestros compañeros, que la verdad no es que seamos muchos. –
Trato de ser comprensiva, observándola con cierta ternura.
-Pero es solo uno… tan
solo uno Mi capitan. Está solo encerrado en un colegio del ala este
de la ciudad- Menciona apuntillando la situación. – Ya no es
estrategia, Capitane, es compasión. Si ignoramos la compasión hacia
los nuestros estamos olvidando precisamente lo que nos diferencia de
ellos, estamos olvidando lo que nos hace humanos.
Me quedo pensativa un instante.
-De acuerdo, pero al
menor índice de presencia enemiga se puede pudrir en el maldito
colegio, no pienso correr peligro. –Hago una pausa – Y Sandra…
no sabemos si ellos sienten compasión hacia los suyos.
-Está bien mi capitan,
informaré al resto. -Habla con una media sonrisa, incapaz de
contenerse.
Salgo de la polvorienta tienda y el sol del medio
día golpea mi rostro. Recojo mi negra melena en una cómoda cola
alta. Miro a mi alrededor y trato de tranquilizarme divisando el
campamento donde se encuentran mis hombres. La gran torreta derruida
nos cubre el franco norte. Después están las casas molidas y los
tenderetes, y los montones de mecánica inservible. A mi lado está
la grúa que recogimos la semana pasada. Es vieja pero funciona, o al
menos hace algo de ruido. Los chicos están terminando unos arreglos,
y me quedo observándoles un rato. No sé por qué, pero ver cómo
otros construyen o realizan reparaciones en maquinaria siempre ha
sido algo distraído.
- Ellos son capaces - me
digo, divisando las dos tiendas de campaña adosadas al chalet que
antaño habría pertenecido a algún rico afortunado.
Me dirijo entonces hacia la puerta de la casa, y
paso por delante del garaje. Allí, Philips y algunos de sus chicos
están haciendo recuento de munición e inventario de armamento.
Entro dentro y tras el hall me recibe un amplio y luminoso salón,
donde Jericó me observa amistoso.
- ¿Qué tal, capitan? –
Me pregunta el joven soldado.
- Reúnemelos -Le digo
con severidad, aclarando con mi mirada el carácter serio y oficial
de mis palabras.
- ¿A quiénes? -
pregunta desconcertado.
- A todos. - Respondo en
rotundo.
Sin pensárselo dos veces, Jericó abandona el salón
dando gritos a diestro y siniestro. Es joven pero dispuesto, sin duda
alguna uno de mis mejores hombres. Es un buen tándem de asalto junto
a su hermano gemelo, Andy. A mi juicio el único contra que le
encuentro es su falta de experiencia. Eso… y que le gustan
demasiado los explosivos, y cuando digo demasiado quiero decir de
manera casi enfermiza. Es como si fuera su solución para todo.
Una hora después todos mis hombres forman inmóviles
en el jardín. Les observo mientras encuentro la mejor forma de
explicarles la nueva situación. Las radiaciones lumínicas están
casi en su mayor exponente del día y el sudor les corre por la
frente. Yo misma me siento fatigada por el calor.
- Descansen. - Ordeno y
obedezco la orden, dejando reposar el rifle XM8 de culata en el
suelo.
La mayoría de ellos están desconcertados, pero son
militares. Algunos ya no llevan el uniforme, o conservan tan solo
partes o insignias, pero estoy segura que su espíritu sigue siendo
el mismo de cuando llegaron los invasores. Yo sí conservo el mío, y
en medida de lo posible permanece en buen estado. También conservo
mis medallas, pero mucho me temo que las más valiosas las llevo por
dentro. Son mis oscuros ojos los que reflejan lo vivido. Estos
hombres me respetan por ello y por lo que hemos compartido juntos.
- La sargento Burton ha
recibido una señal de radio actualizada. Es uno de los nuestros.
Veo el asombro en sus miradas, no obstante Sandra
casi no puede privarse de sonreír.
-Su nombre es Richard
Burns, es militar y necesita nuestra ayuda. –Hago una pausa, y
después revelo lo que ya todos comienzan a imaginar. - Vamos a
entrar en Chicago.
Muchos de mis hombres se intimidan frente a la idea.
Algunos balbucean entre ellos. Llevamos mucho tiempo moviéndonos,
huyendo y luchando tan solo en encuentros fortuitos. No solemos
buscar combates directos o movernos hacia posiciones arriesgadas.
- ¡Comportaos! -Y al
gritar, mis hombres obedecen.
-Cada vez somos menos y
cada vez hay más civiles entre nosotros. Ya va siendo hora de
acercarnos un poco a nuestro enemigo. Él lo sabe todo acerca de
nosotros y… soldados, es tan solo cuestión de tiempo que nuestra
presencia sea percibida, en el fondo todos lo sabemos, y más nos
vale estar listos para cuando eso ocurra. Tranquilos, la mayoría no
irán a esta misión- Incluso la expresión de Sandra Burton se tornó
en incertidumbre. El grupo nunca se había separado.
-¿Recordáis el Búnker
que encontramos hace unos meses? Estaba ocupado por un pequeño grupo
de civiles hostiles a los que decidimos dejar en paz. Pues bien,
quiero que toméis ese búnker y a ser posible de manera diplomática.
Si no lo fuera haced el máximo número de prisioneros, pero
esforzaros en no matar a nadie. Philip, tu liderarás el grupo.
A mis soldados empieza a gustarles el asunto. La
mayoría de ellos muestran ahora una sonrisa burlona al más puro
estilo “se van a enterar de quiénes somos”, y en especial
el veterano Phil, al cual parece haberle gratificado bastante que le
deje al mando. Philips es un hombre duro, hecho de esa pasta con la
que ya no nacen hombres. Siempre está ojeando la munición, y en el
pasado era uno de nuestros mejores hombres de asalto en primera
línea.
-James, Harry y Michael.
¿Os acordáis del helicóptero caído que nos encontramos? Me
dijisteis que podríais arreglarlo, pero debido a las circunstancias
os denegué el intento. Bueno, pues quiero que os llevéis la grúa y
que os hagáis con ese helicóptero. Una vez realizada la maniobra
llevadlo al búnker de Philip, que para entonces confío en que ya
será nuestra nueva base.
James, Harry y Michael sonríen abiertamente y
festejan la orden. Son buenos chicos y les encantan los trastos,
sobre todo si estos vuelan. A veces, me pregunto que harían si
pudieran pilotar una de esas naves alienígenas.
-Con todo esto no quiero
que penséis que estamos organizando una resistencia. Somos la
supervivencia, no la resistencia, pero tenemos que empezar a aprender
de nuestro enemigo.
Creo que me he dejado llevar mucho por las ideas de
mi subordinada, la oficial Burton, y aún sigo dejándome llevar. No
obstante aún conservo la cautela y la cordura. No he enloquecido,
todavía.
-Leo, me encanta el
transporte que preparaste. Nos llevarás a Sandra, Eric, Henry,
Jericó, Andy, Alex y a mí al interior de Chicago.
En estos momentos me siento bien, comprendo que
estoy haciendo lo verdaderamente correcto. Quizás me arrepienta pero
no me importa, en este momento no. Tan solo observo como mis buenos
soldados se alegran de volver a ser soldados. Mantienen su espíritu,
y la mayoría han perdido mucho en esta guerra.
-Quiero que recordéis
que somos un equipo y que velamos los unos por los otros. Quiero
que penséis por un momento en toda la gente que ha muerto por culpa
de los invasores. Quiero que por un segundo sintáis de nuevo el
dolor de los seres queridos que ya no están entre nosotros. Quiero
que honréis a los camaradas y compañeros que hemos dejado
atrás. Nuestras vidas a fin de cuentas no valen más que las de
ellos, y el único motivo por el que tienen una distinción especial
es porque seguimos vivos. Tenemos el deber de sobrevivir, ese es
nuestro deber, pero no vamos a conseguirlo si antes o después no les
plantamos cara.
Philip, sois el equipo
Alfa y vuestra misión es “toma de gallinero”. James, eres
el líder del equipo Bravo, vuestra misión es “recogida de
libélula”. Nosotros seremos el equipo Charlie, “rescate
del piojo.”- No puedo evitar terminar con una sonrisa.
Dos días más tarde el equipo está preparado y Leo
nos espera ya dentro de nuestro particular transporte terrestre.
Sandra y yo organizamos nuestra incursión, y a la orden de nuestras
voces maniobramos.
-Vamos señores,
iniciando la operación.
El vehículo acaba por completarse, arrancando
la marcha.
Voy sentada de copiloto, y a pesar del evidente mal
estado del sillón no puedo quejarme. No entiendo mucho de vehículos,
pero debió de ser en su día algún tipo de furgón, al que Leo le
ha hecho algunos apaños. Ha soldado algunos refuerzos de acero e
instalado una torreta de cadena, tipo Gatling.
En cuanto a blindaje no puede decirse que esté acorazado,
pero los añadidos de metal a uno y otro lado lo hacen cuanto menos
algo más complejo de perforar. Leo es
ingeniero y mecánico y su ayuda siempre es de alta estima en mi
equipo. Lo cierto es que adoro a Leo. Sé que nació en Texas y que
ha debido pasarlo muy mal, pero no lo refleja. Siempre parece estar
de buen humor, y si no fuera porque pasa de los cincuenta y porque
tiene el aspecto de un motero de 1980, seguramente sería el padre de
mis hijos. Santo Dios, ¿en qué demonios estoy pensando?
Asomo la cabeza a través del cristal reforzado de
mi ventanilla, cuyo polvo reseco no me deja entrever demasiado. El
refugio ya queda atrás, y para cuando volvamos ya nos habremos
mudado al búnker. Seguimos el modo uso operandi que nos ha mantenido
con vida todo este tiempo, sabemos que jamás volveremos a este lugar
y que jamás volverá a ser nuestro refugio.
Al fondo los rascacielos de la zona financiera de la
ciudad que aún permanecen en pie comienzan ya a recortarse en el
cielo, al final de la gran autopista. El sol comienza a ocultarse,
dando paso a un crepúsculo vacío de soles y lunas, donde la luz no
es escasa ni abundante.
Casi sin darnos cuenta los derruidos edificios
comienzan a salpicarse a uno y otro lado. Después algún que otro
puente, y ramificaciones de asfalto con grafitis en los muros. El
escenario urbano nos envuelve, ya estamos dentro de Chicago y no debe
de quedar mucho para llegar hasta el colegio ahora que anochece a
cada paso.
-Joana, deberíamos
parar en esa gasolinera. Una vez recojamos al tipo me gustaría salir
pitando de Chicago sin contratiempos, y el consumo de este cacharro
podría ser uno de ellos- me comenta Leo en un tono tan tranquilo
como férreo.
-Solo si te afeitas -
Burlo al grandullón barbudo de ojos grises y espalda cuadrada.
-Ni en tus sueños,
querida. - ríe la gracia al tiempo que gira el volante para entrar
en la gasolinera, donde nos detenemos. – Si la llegada de esos
bastardos del cielo no logró cambiar mi aspecto, tampoco podrá
hacerlo una pequeña mujerzuela.
-Bueno –Sonrío a la
vez que guiño un ojo de forma amistosa – Ya sabes lo que dicen de
las mujeres.
Leo se baja enseguida. Su trabajo no es sencillo ya
que sin suministro eléctrico los surtidores de gasolina no
funcionan, pero él se las apaña. El resto de los compañeros han
salido por la puerta de atrás para estirar las piernas tras más de
seis horas enlatados y yo, fusil en mano, soy la última en
imitarlos.
El viento está calmado, y sopla en suaves brisas
por las calles arrasadas. Apenas quedan coches cuando antaño
atestaban la carretera. Me llama la atención el hecho. No están
calcinados. No están tumbados, tirados o derruidos. No están
obsoletos o inservibles… simplemente no están, han desaparecido.
Se los han tenido que llevar, discurro.
-Han debido ser los
invasores – Comento en voz alta - ¿pero por qué? Tan solo han
retirado los de la autopista principal. Quizás hayan atravesado la
ciudad con algún tipo de máquina terrestre. – Hago una pausa, y
después mascullo para mí. - Parece ser que los platillos centinelas
no son los únicos trastos a los que debemos temer.
-Eric, Sandra, venid. -
Ordeno a los soldados.
-¿Mi capitan?- Pregunta
la sargento junto al nuevo civil novato.
-Coged vuestros rifles y
subíos a ese edificio. –Señalo la azotea de un pequeño motel de
carretera frente a la gasolinera, perteneciente al mismo complejo. -
No miréis tan solo al cielo, quiero que veáis si hay algo anormal
en las ramificaciones y secciones de autopista que podáis divisar-
Les comando mientras miro fijamente a los ojos de Eric. Veo el miedo
grabado en su cara. Su pelo corto y castaño no llega a ocultar los
temblorosos gestos que comienzan a hacer presencia en su primera
misión. A Eric le encontramos escondido en un sótano, completamente
desnutrido. No sé si he hecho bien en traerlo hasta aquí, pero va
siendo hora de endurecer a ese chaval cuyas ansias de lucha están
más azuzadas por el sentimiento de deuda hacia el grupo que le
rescató que por el propio instinto de venganza, combate o
protección.
-Entendido - Responde
Sandra, que se pone en marcha seguida por el novato.
-¡Sandra, grábalo! -
Ella afirma con la cabeza y junto a Eric obedecen a la carrera con la
micro-cámara acoplada a un cinto del uniforme de la oficial.
Pido al resto de mis hombres que hagan guardia en
las esquinas de la gasolinera, mientras yo atiendo a otros intereses.
Afianzada con la mira fija de mi XM8 y su culata ya reposando sobre
mi hombro derecho avanzo hacia la destrozada tienda de comestibles,
último edificio del complejo y antaño zona de pago central.
Me asomo desde fuera y todo parece tranquilo.
Cristales en el suelo, estanterías volcadas, latas por doquier,
fluorescentes averiados… el desorden y el caos es lo normal en
estos días. Retiro con el cañón del arma algunos cristales
salientes del marco de aluminio de la puerta de entrada, giro el pomo
y accedo. Dentro todo está oscuro y la luz externa apenas llega a
iluminar nada del interior. Las estanterías están volcadas y a
falta de espacio cambio el XM8 por mi arma secundaria, un revólver
del Calibre 36. Aprovecho para tomar la linterna del lateral del
cinturón y la enciendo. Algunas ratas echan a correr al verse
iluminadas por primera vez por luz artificial. La carne de rata es
una buena dieta en estos días, pero busco otro tipo de cosas. Tomo
la linterna con la boca y comienzo a recoger unos paquetes de
tampones que hecho a mi pequeña mochila de carga. También cojo los
chicles además de unas latas de cerveza.
-Capitan Spencer,
podemos irnos- Me anuncia Leo desde fuera.
-De acuerdo, ya voy.
Apuro para coger un par de paquetes de pilas y un
bote de aceite lubricante.
Al salir de la tienda veo a mi grupo replegado
alrededor del camión. Saco las nuevas adquisiciones y las dejo en el
suelo del furgón, a la vez que tomo el transmisor del cinto,
colgando al lado contrario de la linterna.
-Sandra, podéis
regresar. Nos vamos - Anuncio esperando ser oída entre la
estática.
Mientras devuelvo el transmisor a su sitio, Alex se
me acerca.
-¿A dónde has mandado
a estos dos?
El transmisor salta entonces y se escucha a Sandra
decir alguna frase totalmente inaudible entre las interferencias.
Cierro bruscamente la puerta del furgón donde guardaba la miscelánea
y vuelvo a tomar el transmisor bajo la atenta mirada de Alex y
el resto del equipo, que comienza a acercarse.
-Repite Sandra. -
La petición no obtiene respuesta.
-Repite Sandra. - Vuelvo
a insistir, pero no cambia el resultado.
La fatiga se marca en mi rostro, estoy comenzando a
sudar a pesar de que la noche nos comienza a abrazar ya casi por
completo. Mis hombres permanecen a mi lado casi aguantando la
respiración. Es un momento tenso.
Sandra y Eric salen entonces de la entrada del motel
esprintando a toda prisa hacia nosotros al grito de “¡corred,
vamos, corred!” y realizando enérgicas señales con sus
brazos.
-Todos los demás, id
acomodándoos dentro del trasto. Leo, arranca.- Ordeno mientras veo
reflejada la agonía en los rostros de Sandra y Eric, que acaban por
alcanzarnos.
-¡Tenemos que irnos a
toda prisa! - me dice Sandra casi histérica mientras Eric se dirige
directamente al interior del furgón vestido de un terror cuya talla
le sobrepasa.
-De acuerdo, vámonos.
Hago caso de los miedos de Sandra, confío en ella,
pero me intriga muchísimo el saber qué es lo que ha podido ver.
Maldita sea.
Ocupo mi puesto de copiloto y Sandra no para
de suplicar que nos movamos ya.
-Leo, vámonos. Rápido,
sácanos de aquí ipso-facto.
-¿Por dónde viene?
-De dónde venimos, Leo.
Del motel. -Responde Eric trabándose, levantando la temblorosa voz
por encima de Sandra y del resto que pregunta de manera frenética y
sin parar.
Pisa a fondo y se introduce en la calle principal
que lleva hasta el colegio. El acelerador no da para más mientras la
rueda se quema a toda prisa contra el asfalto, quejumbrosa ante el
rápido avance de un chasis que inicialmente no fue preparado para
soportar tanto peso.
Detrás de nosotros se desvela entonces el misterio,
haciendo aparición un amasijo de metal esferi-forme, luminoso y de
considerables dimensiones, que se arrastra por el suelo a partir del
empuje de numerosos “tentáculos” de metal que le surgen
de la parte superior.
Los brazos mecánicos se clavan en las estructuras
cercanas realizando infinidad de destrozos, impulsándose y
agarrándose de un lado a otro de manera primitiva, casi animal.
-¡Alex, a la torreta! -
Ordeno completamente exaltada.
Este obedece y comienza a disparar proyectiles de
calibre 50 que no parecen molestar a su objetivo, impasible. El
monstruo mecánico continúa avanzando sin inmutarse, y nos va
comiendo terreno a una gran velocidad.
-Jericó, ¿tenias C-4?
El furgón continúa comiendo carretera bajo sus
ejes, hasta atravesar las vallas de la cancha del instituto. Después,
y tras un forzado derrape, envestimos las puertas de la instalación.
“¡Crash!” El impulso me lleva de cabeza
contra el cristal de la puerta. Un gran dolor me envuelve y todo
comienza a temblar. Siento un fuerte pitido en los oídos que me hace
perder el equilibrio, mi visión se torna borrosa y pierdo las
fuerzas sin poder evitar torcerme.
Las voces de mis compañeros suenan lejanas, como si
todo estuviese ocurriendo en un escenario distante, y yo permaneciese
en la última fila del patio. Noto caer un líquido frío tras mi
nuca. ¿Sangre? Ya todo está borroso, apenas veo nada, no veo nada.
Nada…
No hay comentarios:
Publicar un comentario