lanzo una patada a la
desvencijada puerta del edificio principal, que cede ante la goma de
mis suelas. Del hall surgen escaleras a ambos laterales, descubiertas
tan solo a la vista de mis gafas nocturnas. Sin estas, el ojo humano
no es capaz de percibir forma o movimiento alguno en estas
condiciones.
FA-MAS por delante, tomo el primer pasillo guiado
por mi instinto. La línea es estrecha y terriblemente oscura. Los
azulejos de las paredes están quebrados, y las filas y filas de
taquillas oxidadas y chirriantes se pierden al horizonte de la
decodificación verde de mi aparato. No encuentro aberturas
laterales, tan solo el acceso a mi espalda y un final delante que aún
no alcanzo a ver. Me adentro en la maldita ratonera, apuntando
fríamente a todo sonido sospechoso.
A tres cuartos del final escucho un leve crujido
metálico, y una mano surge con estrépita violencia de una de las
taquillas, acompañada de un grito desesperado. De forma automática
y sin mediar palabra alguna tomo la muñeca que trata de agarrarme y
me inclino a modo de palanca, aupando a mi enemigo con la espalda
hasta estrellarlo con virulencia contra la línea de taquillas del
otro lado. En el silencio de aquel pasillo el sonido del golpe es
estruendoso.
Mi asaltante, al que ahora identifico como humano,
agarra con miseria su subfusil desde el suelo, apretando un gatillo
que acciona el martillo de un arma que no encuentra bala alguna.
Girando la vista a todo objetivo, chilla y gime
desesperado sin soltar gatillo mientras le observo.
-No te quedan balas.
Él no para de balbucear quejidos.
-El cargador. Está vacío.
Continúa armando escándalo, así que le golpeo la
boca con la culata del FA-MAS. Termina de tomar suelo llevándose las
manos a la cara.
- ¿Richard Burns? ¿Es ese tu nombre?
Al oírme pronunciar dichas palabras levanta la
mirada con asombro.
-Busco a un militar que
mandó un pedido de ayuda a través de onda corta hace unas horas, ya
casi un día.
-¡Yo! yo soy Richard
Burns – balbucea al fin - ¿Me sacarás de aquí? Dime, ¿me
sacarás?
Le observo impasible y severo. La camaradería a
primeras vistas nunca ha sido mi estilo, ni forma parte de mi
carácter.
-Antes tendrás que
responderme a algunas preguntas. Espero que seas sincero o de lo
contrario ejecutaré tu sentencia aquí mismo, dejándote a merced de
ellos.
-Contestaré a lo que
quieras, pero vámonos antes de aquí. Podrían aparecer en cualquier
momento… ¡en cualquier momento!
Cierro los ojos sin forzar gesto alguno a la vez que
trato de concentrar mi mente, para abrirlos después.
-Aún nos quedan algunos minutos.
-¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro? –Grita tomado
por el nerviosismo.
-Creo que no me has
entendido. Soy yo quien va a hacerte las preguntas, y tú eres quien
las va a contestar.
Puedo ver como su mirada se desvía hacia el pequeño
microauricular que sale de mi uniforme negro hasta el labio. Sabe que
el audio está siendo grabado.
- Richard Burns. ¿Eres militar?
-Eh… sí, sí señor.
Escuadrón Delta Force, primera división. – Señala la roída
inscripción en su bota, y saca el colgante identificativo de su
cuello, a pesar de la oscuridad. - Llegamos a Chicago setenta y dos
horas después del primer contacto, y cuarenta y ocho antes del Día
Final. A pesar de nuestra preparación no logramos aguantar el envite
enemigo más de cinco noches.
-¿Has sobrevivido solo
desde entonces?
-Sí, aunque la comida
de Chicago ya no es lo de antes. El agua está contaminada y la carne
de gatos o roedores es de lo poco que se puede comer fresco. La
mayoría de las latas ya están caducadas, y a menudo sufro de
intoxicaciones e infecciones por culpa del alimento.
-¿Y el resto?
-Muertos… o
desaparecidos.
-Está bien, soldado.
Una última pregunta, a la que necesito que permanezcas atento.
¿Conoces o has tenido contacto con un hombre de procedencia rusa que
responde al nombre de Niko…?
Interrumpo el interrogatorio alzando la mira de mi
rifle hacia arriba.
-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?
El pasillo continúa en silencio.
-Vamos.
-¿Pero qué…?
-¡He dicho que vamos! – Le grito, mientras ya retrocedo
deshaciendo mis pasos.
Richard duda un instante, pero acaba corriendo tras
de mí. Sabe que se le va la vida en ello.
Corro todo el pasillo hasta llegar al hall, y una
vez allí vuelvo a atravesar la puerta de entrada.
Fuera se oye el ruido de un motor, que precede a la
aparición de un destartalado furgón armado que derriba las verjas
de la cancha exterior de baloncesto; para estrellarse contra las
puertas del colegio.
-Dios Santo – Blasfema Richard.
Él aún no puede entender el por qué de aquella
conducción a la desesperada, pero yo ya lo sé desde hace rato.
Corro hacia la zona rifle en mano, donde hombres con vestimenta
militar abandonan el vehículo accidentado.
-¡La Teniente está inconsciente! – Oigo gritar al barbudo
conductor.
-¡Tomad una posición
segura para disparar! – Grita una mujer pelirroja, tratando de
organizar al pelotón.
La máquina alienígena hace aparición entonces
entre el caos, dotada de tecno-tentáculos y dimensiones enormes.
Reconozco el modelo.
Uno de los soldados avanza corriendo en su dirección
hasta colocarse junto al poste de la canasta, donde se agacha para
realizar operaciones. Segundos después vuelve sobre sus pasos a todo
correr, apurado por el avance enemigo.
-¡Jericó, ahora!-
Grita la mujer, y al paso de la máquina junto al poste acciona el
dispositivo de su mano.
“Kaboom”. Una fuerte explosión restalla
junto a la base, C-4 al parecer. La rápida humareda envuelve al
cacharro alienígena, pero los esperanzadores gestos de los militares
se chafan en poco menos de un par de segundos, al ver salir de la
misma a su enemigo, intacto.
-¡Rápido, moveos!
¡Andy, fuego de cobertura! Voy a sacar a Joane de aquí.- Grita el
grandullón de la barba.
Tres soldados avanzan hasta primera línea
descargando todo su arsenal mientras apoya en su hombro a una mujer
que permanecía en el asiento del copiloto.
-¡Concentrad el fuego
en la base de sus patas, tenemos que hacerle volcar! – Grita el
joven del C-4.
La base de la máquina se ilumina entonces, y de uno
de los focos acoplados en la esfera hace aparición un destello
láser. Segundos después el furgón en el que se habían desplazado
vuela por los aires envuelto en cientos de llamas.
-¡Corred! ¡Retirada!
¡Las armas no logran atravesar su blindaje, y… cuidado! ¡Alto el
fuego! Un hombre se ha introducido en la línea de ataque.
Entro en acción a la carrera. No lograrán
sobrevivir mucho tiempo más.
-¡Alejaos de la
chatarra! – Grito – Es una máquina de limpieza, el láser
disparará automáticamente contra todo obstáculo.
Mi aparición les confunde, pero obedecen. Observo
fijamente la esfera central. Sé que está pilotada, y que quién
permanece dentro no es humano. Aprieto los dientes y concentro mi
mente. Para derribarla debo poder leer todos sus movimientos, y
anticiparme a ellos.
Sin mediar más palabra corro hacia ella hasta tomar
distancia de riesgo. Una de las patas trata de aplastarme pero yo soy
más rápido. Después lo intenta una segunda y una tercera de manera
sucesiva, pero el resultado es el mismo. Trata de dispararme con el
láser manual, pero antes de ser siquiera accionado ya sé que lo va
a utilizar. No saben que conozco el secreto de su magia.
Me cuelo entre los tentáculos buscando el punto
justo, pero el maldito Alien es inteligente. Ha dejado de atacarme y
ahora estira sus brazos mecánicos en busca de la mujer pelirroja,
que no puede evitar el impacto.
Décimas antes de que le alcance corro en su
dirección disparando a su particular extremidad. Sé que no afectará
a su blindaje, pero la inercia de las balas desvía su trayectoria lo
justo para que acabe atravesando el ladrillo y el hormigón de la
pared, en lugar de su carne. Me abalanzo entonces sobre ella,
empujándola tras los escombros.
-Pero… ¿Quién leches eres tú? ¿Richard Burns?
-No. Él es Richard
Burns – Señalo al soldado anonadado y tembloroso que se esconde
tras un tramo de verja.- Mi nombre es Gaston Gaudin.
Dejo la cobertura de escombros y corro de nuevo
hacia la máquina. En la trayectoria cargo con el hombro sobre el
hombre que lleva a la mujer inconsciente. Los dos se van al suelo
pero no son freídos por el láser que ya se ha preparado para
disparar y que equivoca nuevamente su blanco. Todo ocurre en un
instante, y yo no dejo de avanzar. A pesar de ser claros objetivos
del enemigo no puedo pedirles que se marchen, ya que su furgón ha
estallado en cientos de pedazos.
-¿A qué estáis
esperando? ¡Ayudad a ese hombre! – Grita el barbudo desde el suelo
a la vez que el tal Jericó y el resto abren fuego contra sus
tentáculos.
Aprovecho la inercia de mi carrera para saltar y
deslizarme por el asfalto liso de la pista y llegar bajo la base,
justo al lado de la zona esferi-forme. Allí contemplo la parte
inferior de la unión de los tentáculos al cuerpo de la máquina, y
disparo a los pequeños receptores que lleva acoplados en la junta,
invisibles desde otro punto y accesibles tan solo desde allí.
Alcanzo a los tres que tengo a tiro, y cada blanco
logra que el “brazo” alcanzado deje de obedecer a movimientos
acompasados quedando anárquico y totalmente fuera de control.
-¿Cómo sabe dónde
tiene que disparar? ¿Cómo puede anticiparse de esa forma? ¿Cómo
puede…? – Tras los escombros, la chica del pelo rojo observa
gratamente sorprendida, a pesar del miedo.
Con algo más de nerviosismo, siento que el piloto
alienígena comenzará a accionar sus láseres a diestro y siniestro.
Voy a avisar al escuadrón, pero entonces se me
anticipan los alaridos desesperados de Richard, que grita señalando
en dirección al edificio secundario del instituto.
-¡Ahí están! ¡Están ahí! De ellos me escondía… ¡por ellos
mandé la emisión!
Lanzo un rápido vistazo a la zona a pesar de
conocer qué voy a encontrar: Rastreadores. Dos naves concretamente.
El peligro es inminente. Poseen armas anti-carne, sistemas de
planeado amtigravitatorio y un diseño aerodinámico que convierte
sus afilados bordes en peligrosas cuchillas capaces de seccionar
huesos e incluso otros metales y aleaciones. Además poseen un
desviador que neutraliza las balas convencionales y un color de metal
verdusco tan oscuro que es prácticamente negro -incluyendo el
tintado de la cabina - convirtiéndose en naves temibles para el
grupo militar que sin visión nocturna, me sorprendería si las
vieran de venir.
La chica tras los escombros me mira ahora
preocupada, a la vez que carga las balas en su arma, cuya mirilla la
delata como PS1 R. francotirador. No hay tiempo para pensar, tan solo
para actuar… y actúo.
La maniobra es arriesgada, pero debe funcionar.
Vacío un cargador sobre el transmisor central en la esfera hasta que
acaba estallando. Su tamaño es diminuto, pero la explosión es
fuerte, lo suficiente como para detonar el cierre de apertura. Corro
entonces hacia la abertura y me cuelgo de la puerta. Un segundo
cierre de seguridad de aleación de titanio permanece sellando la
entrada, impidiendo cualquier incursión a la fuerza. El traqueteo
del constante vaivén se convierte además en un terrible obstáculo
y estoy a punto de soltarme y caer, pero resisto. Sé que si caigo la
máquina pasará por encima de mí, y entonces “game over”.
Me fijo ahora en el panel de la puerta. Es tecnología alienígena y
no llego a comprender nada, mas tampoco hace falta: Mi cabeza ya sabe
lo que tiene que hacer, y casi de forma inconsciente tecleo el código
y formas de acceso y la compuerta se abre ante mí, para después
cerrarse a mi espalda. Estoy dentro.
Afuera los láseres de la máquina de limpieza
comienzan a disparar sembrando el caos entre el batallón que combate
como puede con las filas abiertas y conocedores de que más enemigos
se les acercan a la espalda. Un minuto, quizás dos, pero no más.
Esa es su esperanza de vida.
Dentro de la máquina avanzo el pequeño pasillo que
da lugar al único habitáculo del armazón: la sala de control. El
suelo es de rejillas de un metal alumínico y las paredes están
colmadas de controles y pantallas con grafismos inteligibles. En el
centro un sillón general de control sostiene al único tripulante,
que no se percata de mi presencia.
Su estatura es sensiblemente inferior a la nuestra,
y posee una piel viscosa y blanquecina. Tiene huesudos y largos dedos
prensiles y un cráneo mucho más abultado y venoso que el humano. No
viste ropa alguna, y tan solo porta un aparato elíptico sobre la
cabeza al que permanece conectado mediante parches: el sistema de
control central de la máquina. Conozco sensiblemente su anatomía,
ya que soy uno de los pocos humanos que ha llegado a verlos. Sé que
son físicamente inferiores, y que contienen puntos similares a
nuestro organismo: Tienen un cerebro que les controla, un motor que
les mueve y una columna vertebrada.
Me acerco para atacar este último punto, y con tan
solo un movimiento brusco acabo con su miserable vida. Con el cuello
partido lo arrojo al suelo de reja sin preocuparme por dónde ni cómo
caerá, y me siento al mando. Tomo entonces el aro elíptico y me
acoplo los parches. La sensación que experimento es extraña, pero
conocida. La máquina reacciona de forma positiva a mi mando y se
deja gobernar.
En el exterior la estructura permanece inmóvil unos
segundos y la duda se siembra en el equipo. Poco más tarde la
máquina se vuelve a activar, y entonces contemplan atónitos como
empieza a descargar todo su arsenal láser contra los rastreadores de
su retaguardia.
Estos, que no esperan la ofensiva y cuyas defensas
no están preparadas para el ataque de armamento amigo son
inusualmente derribados por la oleada láser, que les hace estallar
en cientos y cientos de pedazos. Anulo entonces los tres tentáculos
anárquicos y me dispongo a bajar.
-¡Cuidado, el cacharro se abre! – Jericó y el resto apuntan con
sus rifles.
-Un momento. Es él… es Gaston… - balbucea la joven pelirroja,
incrédula.
-¿Gaston? – Le pregunta el barbudo.
-Increíble…
simplemente increíble – Jericó baja su rifle.
-Vamos dentro. ¡Rápido!
Pronto llegarán más.
-¿Dentro de la lata
alienígena?
-¡Vamos!
Varios minutos después me encuentro pilotando la
máquina en mitad de la noche hacia la dirección que me han indicado
bajo un silencio sepulcral que tan solo se interrumpe por los sonidos
de la monitorización. El grupo permanece junto a mí en el
habitáculo y aún no ha habido tiempo para las preguntas. De ellos y
por lo que puedo ver nadie ha resultado herido de gravedad, teniendo
que lamentar tan solo la inconsciencia de su Teniente tras el golpe.
Pero tan solo ha sido una contusión, y se pondrá bien. Por lo
demás, Richard Burns habla con el hombre de la barba y que se me ha
presentado como Leo, y Sandra, la chica pelirroja, no deja de
observarme. Ahora mismo siento sus ojos clavados en mi nuca, así
como el de otros tantos soldados. Parece bastante entusiasmada con el
encuentro, y está tremendamente sorprendida por el cuerpo del Alien,
ya que según me ha contado, nunca han tenido un cuerpo para
analizar.
Una luz se enciende en el monitor. La falta de los
tres tentáculos que inhibí comienza a notarse, y la tecnología
comienza a fallar. Poseemos suficiente energía como para llegar al
refugio, pero el sobresfuerzo la dejará inservible.
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