domingo, 2 de marzo de 2014

CAPÍTULO II – [Gaston Gaudin file] El hombre que susurraba a los alienígenas.

lanzo una patada a la desvencijada puerta del edificio principal, que cede ante la goma de mis suelas. Del hall surgen escaleras a ambos laterales, descubiertas tan solo a la vista de mis gafas nocturnas. Sin estas, el ojo humano no es capaz de percibir forma o movimiento alguno en estas condiciones.
FA-MAS por delante, tomo el primer pasillo guiado por mi instinto. La línea es estrecha y terriblemente oscura. Los azulejos de las paredes están quebrados, y las filas y filas de taquillas oxidadas y chirriantes se pierden al horizonte de la decodificación verde de mi aparato. No encuentro aberturas laterales, tan solo el acceso a mi espalda y un final delante que aún no alcanzo a ver. Me adentro en la maldita ratonera, apuntando fríamente a todo sonido sospechoso.
A tres cuartos del final escucho un leve crujido metálico, y una mano surge con estrépita violencia de una de las taquillas, acompañada de un grito desesperado. De forma automática y sin mediar palabra alguna tomo la muñeca que trata de agarrarme y me inclino a modo de palanca, aupando a mi enemigo con la espalda hasta estrellarlo con virulencia contra la línea de taquillas del otro lado. En el silencio de aquel pasillo el sonido del golpe es estruendoso.
Mi asaltante, al que ahora identifico como humano, agarra con miseria su subfusil desde el suelo, apretando un gatillo que acciona el martillo de un arma que no encuentra bala alguna.
Girando la vista a todo objetivo, chilla y gime desesperado sin soltar gatillo mientras le observo.
                -No te quedan balas.
Él no para de balbucear quejidos.
                -El cargador. Está vacío.
Continúa armando escándalo, así que le golpeo la boca con la culata del FA-MAS. Termina de tomar suelo llevándose las manos a la cara.
                - ¿Richard Burns? ¿Es ese tu nombre?
Al oírme pronunciar dichas palabras levanta la mirada con asombro.
-Busco a un militar que mandó un pedido de ayuda a través de onda corta hace unas horas, ya casi un día.
-¡Yo! yo soy Richard Burns – balbucea al fin - ¿Me sacarás de aquí? Dime, ¿me sacarás?
Le observo impasible y severo. La camaradería a primeras vistas nunca ha sido mi estilo, ni forma parte de mi carácter.
-Antes tendrás que responderme a algunas preguntas. Espero que seas sincero o de lo contrario ejecutaré tu sentencia aquí mismo, dejándote a merced de ellos.
-Contestaré a lo que quieras, pero vámonos antes de aquí. Podrían aparecer en cualquier momento… ¡en cualquier momento!
Cierro los ojos sin forzar gesto alguno a la vez que trato de concentrar mi mente, para abrirlos después.
                -Aún nos quedan algunos minutos.
                -¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro? –Grita tomado por el nerviosismo.
-Creo que no me has entendido. Soy yo quien va a hacerte las preguntas, y tú eres quien las va a contestar.
Puedo ver como su mirada se desvía hacia el pequeño microauricular que sale de mi uniforme negro hasta el labio. Sabe que el audio está siendo grabado.
                - Richard Burns. ¿Eres militar?
-Eh… sí, sí señor. Escuadrón Delta Force, primera división.  – Señala la roída inscripción en su bota, y saca el colgante identificativo de su cuello, a pesar de la oscuridad. - Llegamos a Chicago setenta y dos horas después del primer contacto, y cuarenta y ocho antes del Día Final. A pesar de nuestra preparación no logramos aguantar el envite enemigo más de cinco noches.
-¿Has sobrevivido solo desde entonces?
-Sí, aunque la comida de Chicago ya no es lo de antes. El agua está contaminada y la carne de gatos o roedores es de lo poco que se puede comer fresco. La mayoría de las latas ya están caducadas, y a menudo sufro de intoxicaciones e infecciones por culpa del alimento.
-¿Y el resto?
-Muertos… o desaparecidos.
-Está bien, soldado. Una última pregunta, a la que necesito que permanezcas atento. ¿Conoces o has tenido contacto con un hombre de procedencia rusa que responde al nombre de Niko…?
Interrumpo el interrogatorio alzando la mira de mi rifle hacia arriba.
                -¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?
El pasillo continúa en silencio.
                -Vamos.
                -¿Pero qué…?
                -¡He dicho que vamos! – Le grito, mientras ya retrocedo deshaciendo mis pasos.
Richard duda un instante, pero acaba corriendo tras de mí. Sabe que se le va la vida en ello.
Corro todo el pasillo hasta llegar al hall, y una vez allí vuelvo a atravesar la puerta de entrada.
Fuera se oye el ruido de un motor, que precede a la aparición de un destartalado furgón armado que derriba las verjas de la cancha exterior de baloncesto; para estrellarse contra las puertas del colegio.
                -Dios Santo – Blasfema Richard.
Él aún no puede entender el por qué de aquella conducción a la desesperada, pero yo ya lo sé desde hace rato. Corro hacia la zona rifle en mano, donde hombres con vestimenta militar abandonan el vehículo accidentado.
                -¡La Teniente está inconsciente! – Oigo gritar al barbudo conductor.
-¡Tomad una posición segura para disparar! – Grita una mujer pelirroja, tratando de organizar al pelotón.
La máquina alienígena hace aparición entonces entre el caos, dotada de tecno-tentáculos y dimensiones enormes. Reconozco el modelo.
Uno de los soldados avanza corriendo en su dirección hasta colocarse junto al poste de la canasta, donde se agacha para realizar operaciones. Segundos después vuelve sobre sus pasos a todo correr, apurado por el avance enemigo.
-¡Jericó, ahora!- Grita la mujer, y al paso de la máquina junto al poste acciona el dispositivo de su mano.
Kaboom”. Una fuerte explosión restalla junto a la base, C-4 al parecer. La rápida humareda envuelve al cacharro alienígena, pero los esperanzadores gestos de los militares se chafan en poco menos de un par de segundos, al ver salir de la misma a su enemigo, intacto.
-¡Rápido, moveos! ¡Andy, fuego de cobertura! Voy a sacar a Joane de aquí.- Grita el grandullón de la barba.
Tres soldados avanzan hasta primera línea descargando todo su arsenal mientras apoya en su hombro a una mujer que permanecía en el asiento del copiloto.
-¡Concentrad el fuego en la base de sus patas, tenemos que hacerle volcar! – Grita el joven del C-4.
La base de la máquina se ilumina entonces, y de uno de los focos acoplados en la esfera hace aparición un destello láser. Segundos después el furgón en el que se habían desplazado vuela por los aires envuelto en cientos de llamas.
-¡Corred! ¡Retirada! ¡Las armas no logran atravesar su blindaje, y… cuidado! ¡Alto el fuego! Un hombre se ha introducido en la línea de ataque.
Entro en acción a la carrera. No lograrán sobrevivir mucho tiempo más.
-¡Alejaos de la chatarra! – Grito – Es una máquina de limpieza, el láser disparará automáticamente contra todo obstáculo.
Mi aparición les confunde, pero obedecen. Observo fijamente la esfera central. Sé que está pilotada, y que quién permanece dentro no es humano. Aprieto los dientes y concentro mi mente. Para derribarla debo poder leer todos sus movimientos, y anticiparme a ellos.
Sin mediar más palabra corro hacia ella hasta tomar distancia de riesgo. Una de las patas trata de aplastarme pero yo soy más rápido. Después lo intenta una segunda y una tercera de manera sucesiva, pero el resultado es el mismo. Trata de dispararme con el láser manual, pero antes de ser siquiera accionado ya sé que lo va a utilizar. No saben que conozco el secreto de su magia.
Me cuelo entre los tentáculos buscando el punto justo, pero el maldito Alien es inteligente. Ha dejado de atacarme y ahora estira sus brazos mecánicos en busca de la mujer pelirroja, que no puede evitar el impacto.
Décimas antes de que le alcance corro en su dirección disparando a su particular extremidad. Sé que no afectará a su blindaje, pero la inercia de las balas desvía su trayectoria lo justo para que acabe atravesando el ladrillo y el hormigón de la pared, en lugar de su carne. Me abalanzo entonces sobre ella, empujándola tras los escombros.
                -Pero… ¿Quién leches eres tú? ¿Richard Burns?
-No. Él es Richard Burns – Señalo al soldado anonadado y tembloroso que se esconde tras un tramo de verja.- Mi nombre es Gaston Gaudin.
Dejo la cobertura de escombros y corro de nuevo hacia la máquina. En la trayectoria cargo con el hombro sobre el hombre que lleva a la mujer inconsciente. Los dos se van al suelo pero no son freídos por el láser que ya se ha preparado para disparar y que equivoca nuevamente su  blanco. Todo ocurre en un instante, y yo no dejo de avanzar. A pesar de ser claros objetivos del enemigo no puedo pedirles que se marchen, ya que su furgón ha estallado en cientos de pedazos.
-¿A qué estáis esperando? ¡Ayudad a ese hombre! – Grita el barbudo desde el suelo a la vez que el tal Jericó y el resto abren fuego contra sus tentáculos.
Aprovecho la inercia de mi carrera para saltar y deslizarme por el asfalto liso de la pista y llegar bajo la base, justo al lado de la zona esferi-forme. Allí contemplo la parte inferior de la unión de los tentáculos al cuerpo de la máquina, y disparo a los pequeños receptores que lleva acoplados en la junta, invisibles desde otro punto y accesibles tan solo desde allí.
Alcanzo a los tres que tengo a tiro, y cada blanco logra que el “brazo” alcanzado deje de obedecer a movimientos acompasados quedando anárquico y totalmente fuera de control.
-¿Cómo sabe dónde tiene que disparar? ¿Cómo puede anticiparse de esa forma? ¿Cómo puede…? – Tras los escombros, la chica del pelo rojo observa gratamente sorprendida, a pesar del miedo.
Con algo más de nerviosismo, siento que el piloto alienígena comenzará a accionar sus láseres a diestro y siniestro.
Voy a avisar al escuadrón, pero entonces se me anticipan los alaridos desesperados de Richard, que grita señalando en dirección al edificio secundario del instituto.
                -¡Ahí están! ¡Están ahí! De ellos me escondía… ¡por ellos mandé la emisión!
Lanzo un rápido vistazo a la zona a pesar de conocer qué voy a encontrar: Rastreadores. Dos naves concretamente. El peligro es inminente. Poseen armas anti-carne, sistemas de planeado amtigravitatorio y un diseño aerodinámico que convierte sus afilados bordes en peligrosas cuchillas capaces de seccionar huesos e incluso otros metales y aleaciones. Además poseen un desviador que neutraliza las balas convencionales y un color de metal verdusco tan oscuro que es prácticamente negro -incluyendo el tintado de la cabina - convirtiéndose en naves temibles para el grupo militar que sin  visión nocturna, me sorprendería si las vieran de venir.
La chica tras los escombros me mira ahora preocupada, a la vez que carga las balas en su arma, cuya mirilla la delata como PS1 R. francotirador. No hay tiempo para pensar, tan solo para actuar… y actúo.
La maniobra es arriesgada, pero debe funcionar. Vacío un cargador sobre el transmisor central en la esfera hasta que acaba estallando. Su tamaño es diminuto, pero la explosión es fuerte, lo suficiente como para detonar el cierre de apertura. Corro entonces hacia la abertura y me cuelgo de la puerta. Un segundo cierre de seguridad de aleación de titanio permanece sellando la entrada, impidiendo cualquier incursión a la fuerza. El traqueteo del constante vaivén se convierte además en un terrible obstáculo y estoy a punto de soltarme y caer, pero resisto. Sé que si caigo la máquina pasará por encima de mí, y entonces “game over”. Me fijo ahora en el panel de la puerta. Es tecnología alienígena y no llego a comprender nada, mas tampoco hace falta: Mi cabeza ya sabe lo que tiene que hacer, y casi de forma inconsciente tecleo el código y formas de acceso y la compuerta se abre ante mí, para después cerrarse a mi espalda. Estoy dentro.
Afuera los láseres de la máquina de limpieza comienzan a disparar sembrando el caos entre el batallón que combate como puede con las filas abiertas y conocedores de que más enemigos se les acercan a la espalda. Un minuto, quizás dos, pero no más. Esa es su esperanza de vida.
Dentro de la máquina avanzo el pequeño pasillo que da lugar al único habitáculo del armazón: la sala de control. El suelo es de rejillas de un metal alumínico y las paredes están colmadas de controles y pantallas con grafismos inteligibles. En el centro un sillón general de control sostiene al único tripulante, que no se percata de mi presencia.
Su estatura es sensiblemente inferior a la nuestra, y posee una piel viscosa y blanquecina. Tiene huesudos y largos dedos prensiles y un cráneo mucho más abultado y venoso que el humano. No viste ropa alguna, y tan solo porta un aparato elíptico sobre la cabeza al que permanece conectado mediante parches: el sistema de control central de la máquina. Conozco sensiblemente su anatomía, ya que soy uno de los pocos humanos que ha llegado a verlos. Sé que son físicamente  inferiores, y que contienen puntos similares a nuestro organismo: Tienen un cerebro que les controla, un motor que les mueve y una columna vertebrada.
Me acerco para atacar este último punto, y con tan solo un movimiento brusco acabo con su miserable vida. Con el cuello partido lo arrojo al suelo de reja sin preocuparme por dónde ni cómo caerá, y me siento al mando. Tomo entonces el aro elíptico y me acoplo los parches. La sensación que experimento es extraña, pero conocida. La máquina reacciona de forma positiva a mi mando y se deja gobernar.
En el exterior la estructura permanece inmóvil unos segundos y la duda se siembra en el equipo. Poco más tarde la máquina se vuelve a activar, y entonces contemplan atónitos como empieza a descargar todo su arsenal láser contra los rastreadores de su retaguardia.
Estos, que no esperan la ofensiva y cuyas defensas no están preparadas para el ataque de armamento amigo son inusualmente derribados por la oleada láser, que les hace estallar en cientos y cientos de pedazos. Anulo entonces los tres tentáculos anárquicos y me dispongo a bajar.
                -¡Cuidado, el cacharro se abre! – Jericó y el resto apuntan con sus rifles.
                -Un momento. Es él… es Gaston… - balbucea la joven pelirroja, incrédula.
                -¿Gaston? – Le pregunta el barbudo.
-Increíble… simplemente increíble – Jericó baja su rifle.
-Vamos dentro. ¡Rápido! Pronto llegarán más.
-¿Dentro de la lata alienígena?
-¡Vamos!

Varios minutos después me encuentro pilotando la máquina en mitad de la noche hacia la dirección que me han indicado bajo un silencio sepulcral que tan solo se interrumpe por los sonidos de la monitorización. El grupo permanece junto a mí en el habitáculo y aún no ha habido tiempo para las preguntas. De ellos y por lo que puedo ver nadie ha resultado herido de gravedad, teniendo que lamentar tan solo la inconsciencia de su Teniente tras el golpe. Pero tan solo ha sido una contusión, y se pondrá bien. Por lo demás, Richard Burns habla con el hombre de la barba y que se me ha presentado como Leo, y Sandra, la chica pelirroja, no deja de observarme. Ahora mismo siento sus ojos clavados en mi nuca, así como el de otros tantos soldados. Parece bastante entusiasmada con el encuentro, y está tremendamente sorprendida por el cuerpo del Alien, ya que según me ha contado, nunca han tenido un cuerpo para analizar.
Una luz se enciende en el monitor. La falta de los tres tentáculos que inhibí comienza a notarse, y la tecnología comienza a fallar. Poseemos suficiente energía como para llegar al refugio, pero el sobresfuerzo la dejará inservible.










No hay comentarios:

Publicar un comentario