Siento… Siento todo el
mal que he hecho oprimiéndome el pecho. He pasado toda una vida
demostrándome a mi misma que soy fuerte, pero el precio ha sido
mayor de lo que quería pagar. Mis escusas ya han dejado de serme
hábiles y mi vida no vale más que las vidas que yo misma he
arrebatado, o las que he visto arrebatar. No hay día que pase en el
que no sienta que me debería cambiar por alguno de ellos, que
alguien merecía vivir más que yo. En cambio soy yo quien continúa
aquí, con vida, y ninguno de ellos volverá a ver la luz del sol.
A pesar de todo, y del peso de los muertos con
precio que sostienen mis hombros, yo llegaré a ver un día más.
Algo nada bueno, ya que si estoy segura de algo es que para mí, a
pesar del calor de fuera, siempre será invierno. Todo en mi interior
es un enorme glacial producto de las acciones que me he obligado a
llevar a cabo. Sobre mi pecho habita un gran peso, en mi garganta hay
un mal trago que nunca consigo hacer bajar… Un dolor, imperecedero,
un dolor inmortal que a menudo solo comparto con mi almohada.
-Despierta cariño. - Me
sugiere una voz tenue, cálida además de conocida.
-Henry… - Reconozco en
voz alta.
-¿Quién si no iba a
ser? - Me pregunta con sarcasmo. - Vamos… no sabía que la sargento
Spencer fuese tan dormilona.
-Eres imbécil, Henry.
-Contesto con una sonrisa.
-Sí, lo soy.- Me admite
entre risas.
-Eres mi imbécil. - Le
digo a la vez que me incorporo para golpearle con la almohada.
En unos segundos los dos forcejeamos por tomar el
control sobre el otro, pero cuando empieza a besarme me abandono a
él. Recorre mi cuerpo con suavidad, con ternura, y ahora más que
nunca me siento cerca de él. Me acaricia y me besa como si fuera el
último día sobre la Tierra… siempre lo hace así, y me encanta.
-Haría cualquier cosa
por ti. - Le susurro al oído mientras me envuelve como una segunda
piel.
-Y yo por ti, mi vida. -
Me contesta sin duda. - Y yo por ti.
He de confesar que me despertaría así todos los
días de mi vida hasta la vejez, aunque el mero hecho de hacerlo
junto a él ya sería más que suficiente.
-Sargento Spencer. - Me
dice una voz lejana que rompe la esencia del momento.
-Sargento Spencer -
Repite la voz grave, esta vez más cerca - ¿Está distraída?
-No, mi comandante.-le
digo algo desorientada.
No sé cuanto ha pasado desde que estaba con Henry
en aquel bucólico instante, pero aquello no tenía nada que ver con
estar delante del comandante Lauliet Hans, un hombre corpulento de
mediana edad, calvo y con los galones muy subidos. Estoy en su
despacho y yo padezco ante él. El molesto sol me ilumina
directamente, filtrándose por los grandes ventanales a su espalda
tras los que se pueden ver las pistas donde los carros de combate
yacen aparcados. Un ordenador y un escritorio se interponen entre
nosotros y tan solo un pisapapeles de cristal contenedor de una
reliquia de la segunda guerra mundial y un cuadro de una muchacha en
su día de graduación acompañan a mi expediente sobre la mesa
gobernada por sus manos.
-Le he hecho venir
porque quiero que repasemos algunos puntos de su carrera.-Comienza
sin más. - Ingresó en el ejército de tierra con dieciocho años
recién cumplidos, ya que al parecer quería usted irse pronto de
casa. Dígame, ¿qué ocurrió? -Me pregunta en su tono habitual,
grave y monótono.
-La vida de civil no era
para mí, siempre lo supe así. - Contesto con una respuesta
automatizada, no es la primera vez que un superior me lo pregunta.
-Está bien. Percibo que
no deseas entrar en detalles, lo acepto. – Asiente con la cabeza. –
Sigamos… En pocos años hizo el trabajo que a algunos les ha
costado toda una vida. Ha sido usted la mejor en todo lo que ha hecho
y no ha vacilado ni un segundo en unirse como voluntaria a todo tipo
de misiones comprometidas. Bajo la excusa de dicho comportamiento
estoy seguro de que me admitirá una pregunta. ¿Su intención era
ascender, o tuvo quizás otros propósitos?
-Siempre quise dar la
talla y siempre me quedaba con ganas de más. Siempre sentía que
podía ir más allá y busqué forzar mi máximo rendimiento a través
de misiones complejas. Todavía no he encontrado mi tope, comandante.
- Respondo seriamente.
-Vaya, supongo que eso
significa que no se conforma con ser sargento. – Su asombro se
presume forzado. - He de admitir que me lo esperaba, mas nunca
imaginé una respuesta así. Me ha sorprendido su forma correcta y
decidida sobre el fondo esperado. Bueno, lo cierto es que ha
realizado usted una serie de proezas que muy pocos serian
capaces de llevar a cabo, y negarlo sería cosa de necios. De necios
envidiosos, si me permite matizar. Por ello se le ha condecorado
nueve veces a lo largo de su carrera, y siempre bajo acto de campaña
¿no es así? - Termina la pregunta con un gesto habitual en él, el
arqueamiento de cejas.
-Así es, mi comandante.
- Le respondo nuevamente sin vacilar.
-Entre estas
condecoraciones, destaco como una de las más importantes aquella que
se le concedió por su actuación en el golfo pérsico. - Guarda
silencio al bajar la mirada y ojear en un momento el expediente sobre
la mesa. – Allí anuló usted la recogida de su escuadrón para dar
apoyo a los otros escuadrones aliados. Con los oficiales fuera de
juego, usted acabó liderándolos y sin duda alguna salvó la caótica
situación frente al enemigo ¿Cómo se le condecoró? - Pregunta
observándome de forma intensa.
-Medalla al valor, mi
comandante. - Le respondo con la rigidez del acero.
-Poco después se le
nombró oficial, pero la cosa no quedó ahí. Un año después
derribaron el helicóptero en el que usted viajaba. Tres de sus
hombres murieron sin remedio, pero otros dos sobrevivieron, un
inválido y un herido a los que prácticamente arrastró por
Afganistán hasta llegar al desierto donde fue rescatada. Estaba
herida y tenía excusas más que suficientes para abandonarles a su
suerte, pero lo hizo, y lo logró. ¿Cómo se le condecoró? - Me
pregunta una vez más con ojos analíticos.
-Medalla al honor.
-Además, poco después
se le concedió el grado de sargento… y ahora además la cosa no se
detiene. Va a volver a ser ascendida.
La expresión de mi cara cambia ligeramente. Me
siento auto-realizada.
-Pero antes de ello –
objeta - Desde los altos mandos se le sugiere que demuestre
una vez más el compromiso con su país.
“Sugiere”. Sugerir… ciertamente no deja
de ser cómico el modo en el que el ejército compra el gatillo de
sus iconos de campo. No obstante asiento con la cabeza misma cabeza
en la que solo ronda ya la idea del ascenso.
-Para la siguiente
misión he de revelarle información completa y estrictamente
confidencial, y a partir de que sea usted conocedora de dicha
información deberá velar por su secreto y la protegerá hasta la
muerte. Si fallara en su deber, se le sometería a juicio bajo
tribunal militar donde la posible sentencia seria de pena capital.
¿Lo ha entendido usted?
-Perfectamente, mi
comandante.
Respondo confusa ante las lapidantes premisas.
-¿Está usted dispuesta
a demostrar tal compromiso con su país?
-Sí, mi comandante.
Bien. Sus palabras han
sido grabadas como prueba, y desde este instante cierro la grabación
para hacer confesión de operación. –Observo como para una vieja
grabadora de cinta, oculta en un cajón de su escritorio.
-Hace setenta y dos
horas un objeto volador no identificado se introdujo en nuestra
atmósfera. Según mis informaciones invadió nuestro espacio aéreo
y estuvo zigzagueado a gran velocidad por todo el país hasta que,
finalmente… - Se detiene para fijar su vista en una tercera
persona, a la que descubre entrando en la habitación con calma en
sus movimientos, pero la preocupación grabada en su rostro.
-Hija, ¿estás segura
que quieres ir a esa misión? ¿No preferirías quedarte en casa con
ese muchacho, Henry?
-¿Papá?-Pregunto
atónita con los ojos abiertos como platos. Es en este instante
cuando noto el desorden y el caos de mi cabeza al comprender que no
puedo abrir los ojos como platos, pues están pesadamente
cerrados, tan cerrados que me cuesta un esfuerzo horrible llegar a
abrirlos.
-Papá… pero si tú
estás muerto.
La ficción termina de diluirse en realidad al
tiempo que contemplo el blanco techo de una sala que hace las
funciones de enfermería. Permanezco tumbada sobre una camilla
improvisada con una aguja atravesándome el brazo izquierdo, y todo
me da vueltas tras abandonar el reino de Morfeo.
Puedo notar un parche en la sien, me llevo la
mano a la cabeza. En este momento mi pequeña jaqueca cobra
importancia y hago esfuerzos por recordar.
Recuerdo el campamento, recuerdo Chicago y me
sobrecojo al recordar la maquina alienígena que nos perseguía. ¿Qué
era aquello? ¿Cómo sigo con vida? ¿Dónde estoy? Sin duda son
preguntas que no puedo contestar tumbada en esta cama.
Alcanzo la bolsa de plástico del fluido que se me
suministra de forma intravenosa y descubro la gran dosis de calmantes
que se me ha administrado. Sin importarme demasiado, tiro de la vía
que hace salir la aguja. De la pequeña herida comienza a brotar
sangre, que tapono con la sábana. Mientras continúo intentando
recordar, pero los recuerdos que alcanzan mi mente, a pesar de ser
reales, no contestan a las preguntas que más me inquietan. Observo
el polvo en derredor, los instrumentos comunes, los materiales
clásicos, el metal frío de un lavadero, de taquillas y camillas….
Me tranquilizan, dudo que pueda tratarse de una nave alienígena.
Al incorporarme me veo obligada a realizar un gran
esfuerzo, y una fuerte sensación de vértigo me sobreviene al
sentarme en el borde de la camilla. Mis entumecidos músculos no son
de gran ayuda y finalmente y en mezcla con mi desorientación, acaban
por llevarme al suelo.
-Tómatelo con algo más
de calma. - Me digo.
Ni tan siquiera me he detenido a mirar bien a mi
alrededor. La puerta no lleva a un pasillo. La única salida que veo
en esta pequeña habitación gris de mobiliario metálico lleva
a lo que parece ser un quirófano. Desde donde me encuentro, puedo
ver la típica mesa acompañada de todo tipo de monitores, sueros,
mascarillas, bombonas, etc.
Finalmente logro bajar de la camilla y me arrastro a
gatas hasta el marco de la puerta del quirófano. Allí rastreo con
mi mirada una vez más en busca de una nueva salida. Todo en lo que
puedo pensar es en encontrar a uno de mis hombres y que me ponga al
día. Trepo por el marco de la puerta hasta colocarme en pie, y odio
saber que hasta el menor de mis movimientos es agotador en mi estado.
-¿Una nevera?- Descubro
sorprendida junto a la puerta de salida.
Hace mucho que no veo una nevera funcionando. Esto
es un quirófano y seguramente estará repleta de medicamentos, quién
sabe si incluso de muestras de orina. El desorden me abate y no puedo
evitar pensar en aquellas cervezas que recogí en la gasolinera…
Apoyada en la pared me desplazo lentamente hacía
ella. Agarro el asa de la puerta, pero antes de poder abrirla una voz
me sorprende.
-Joana, ya estas
despierta.
Me sobresalto, y acabo cayendo al suelo.
Henry salta hacia mí cazando mi cuerpo al aire y
aterrizando bajo él, pero ni siquiera el hecho de acolcharme la
caída consigue aliviar la expresión de mi rostro. Mi palidez se
intensifica hasta darme un aspecto completamente enfermizo. Irradio
incertidumbre, desprendo confusión. No puedo creer lo que ven mis
ojos. No es por Henry, mi soldado, sino por el contenido que hallo
tras la puerta. ¿Será esta visión real? ¿Qué demonios…?
Ante mí observo el interior de la nevera
descubriéndome el cuerpo retorcido de un alienígena. Sus ojos
abiertos parecen estar mirándome, y su cuello se encuentra girado en
un ángulo humanamente imposible. No puede ser verdad, no puede ser
real lo que estoy viendo.
-No teníamos otro sitio
donde conservarlo adecuadamente, así que decidí meterlo ahí. - Me
susurra Henry, suave.
-¿Cómo lo habéis
hecho?-Pregunto en mi desconcierto.
-¿Hemos? Me temo que no
hemos sido nosotros. Ha sido… bueno, es complicado de explicar –
comenta pensativo. - Íbamos a rescatar a Richard Burns cuando
apareció este hombre.
-¿Qué hombre? ¿Burns?
- Pregunto en ascuas.
-No. Se llama Gaston
Gaudin, y es él quien le ha partido el cuello a nuestro amigo.
Henry arrastra la puerta de la nevera con el pie y
al cerrarse me ayuda a ponerme en pie. Me siento muy rara al sentirme
tan distante y a la vez tan cerca. Poco a poco mis pensamientos se
van distrayendo y dejo de pensar en el alíen de la nevera y en el
tal Gaston Gaudin, mas su figura se intensifica ante el relato de mi
acompañante. Según me cuenta conoce muy bien al enemigo, y ha
demostrado todo un despliegue de cualidades terriblemente
sorprendentes al enfrentarse a ellos en combate. Puedo notar la
admiración que siente por ello, y una mezcla de sensaciones me
llaman a conocerle. No obstante me resulta muy difícil de aceptar.
En poco más de una hora ya casi me encuentro
recuperada, y he descubierto que estoy en el búnker que le pedí
tomar a Phill. Es sencillamente perfecto, y gozamos de todo tipo de
lujos y comodidades para los tiempos que corren. Lo cierto es que nos
va a costar bien poco adaptarnos a este lugar, es como si hubiésemos
vuelto a la academia.
Henry me lleva a una especie de habitación central,
aparentemente una sala de reuniones donde el tema principal es una
enorme mesa ovalada en el centro. La estancia está poco iluminada ya
que de los tres flexos instalados tan solo uno sigue funcionando
mientras que otro de ellos suelta de vez en cuando un destello.
-Tráeme a Gaston
Gaudin. - Digo al tiempo que me desplomo en uno de los sillones
orejeros de piel que coronan la mesa.
-Vuelvo en seguida.
En la espera me sumo por unos momentos en mis
pensamientos más profundos y reflexiono sobre mi pesadilla. ¿Cómo
en un momento como éste, puedo estar dándole vueltas una y otra
vez? Lo cierto es, que en el sueño, mi padre tenía toda la razón.
Nunca debí haber ido a aquella misión. Debí haberme quedado con
Henry y quizás así nada hubiera cambiado entre nosotros.
No podemos saber lo que va a ocurrir antes de que
ocurra. A veces tratamos de predecirlo, pero pronto descubrimos que
no somos buenos videntes. Sin duda alguna me equivoqué y ahora pago
por ello. Ojalá fuese la única que paga por todo aquello.
-Y sin más te presento
a Gaston Gaudin. - Burla Henry imitando a un presentador de late
show.
Por el marco de la puerta da entonces aparición un
hombre vestido con ropajes oscuros, botas de guerra, mochilaje y
armado hasta los dientes. A simple vista puedo distinguirle un rifle
FA-MAS y dos cuchillos largos de media luna sobre la cintura.
Distingo también una 9mm en la pistolera y un cuchillo de guerra en
la bota. Sobre su rostro de piel tostada lleva unas gafas
multifuncionales al parecer, y un también un pequeño micro adosado.
SU mandíbula es férrea e inexpresiva, y lleva un corte de pelo tan
corto que poco tiene que envidiarle al rapado militar.
- Me alegra verla
despierta. - Su tono es duro y estrictamente formal, tan solo los más
experimentados se darían cuenta. Los más experimentados… o
alguien que haya sido capturada y vigilada durante el suficiente
tiempo como para memorizar los gestos de los centinelas cuando se
acercan a los presos. Desde el momento en el que Gaston entró por el
maco de la puerta ya llevaba puesto su dedo en el gatillo de una de
sus armas. Ese hombre no tiene ningún respeto por mí o mi
autoridad.
-Así que eres Gaston
Gaudin ¿no? El gran Gaston Gaudin, según he sido
informada.-Pregunto con envidia impregnada en sarcasmo, ignorando los
detalles que he percibido.
Al no apreciar respuesta alguna por su parte decido
continuar. El pez no quiere picar el anzuelo.
-Bueno, eres militar,
eso me lo dicen mis años experiencia. Dime ¿Qué eres?
-Lo más que puedo
decirte es que mi nombre es Gaston Gaudin. Todo lo demás me temo que
es clasificado para usted teniendo en cuenta su rango, teniente
Spencer.
-Hijo, ¿Estás seguro
de que quieres tomar ese camino? - Le invito a reflexionar al
sentirme atacada por su inexpresiva prepotencia. - Posiblemente sea
la militar con más rango que siga con vida en toda esta costa del
país.
-Le garantizo que eso no
es cierto.
-Mira, soldado. Me
sorprende que tengas tantos huevos como para plantarte ante mí y
decirme esto. Sinceramente, te estoy agradecida por habernos
salvados, pero…
-No me llame soldado,
soy oficial. - Me interrumpe – Oficial con grado distintivo.
-No vuelvas a
interrumpirme – Le advierto - Serás llamado soldado y tratado como
tal hasta que puedas demostrar lo contrario. ¿Lo has entendido?
El silencio toma su trono en la sala de reuniones
donde me duelo a maridas con el tal Gaston Gaudin. En mi cabeza busco
y repaso la manera de dominarle, pero mi frustración alcanza tamaños
incalculables cuando comprendo que no tengo nada a lo que agarrarme.
Si le mandase arrestar, mis hombres no lo entenderían. No es de bien
arrestar a quién te salva, y además y según las palabras de Henry,
parece ser que ven en él cierta… esperanza. Yo no obstante, y
contemplando ahora ante mis ojos a ese humano armado capaz de
partirle el cuello a un alien, no puedo dejar de verle como una
impertinente amenaza. Le observo desafiante cuando rompe el silencio,
pero no para darme una respuesta.
Se gira y, más observando a Henry que a mí,
pregunta:
-¿Conocéis o habéis
tenido contacto con un hombre de procedencia rusa que responde al
nombre de Nikolai Bashmakov?
Mis dientes casi chirrían de rabia, pero la intriga
por saber sus objetivos o preocupaciones, por hacerle débil ante mí,
me puede, y acabo por contenerme.
-No, en absoluto. -
Respondo con indiferencia.
-Esto… - comienza a
decir Henry – Por Nikolai Bashmakov, ¿se refiere al famoso doctor?
Yo era… bueno, y de hecho sigo siendo médico, y por supuesto que
lo conozco. Quiero decir, todos los del gremio lo conocíamos en
Chicago. ¡Era un chiflado!
Gaston, que por el carácter de su pregunta y, sobre
todo, por lo desconocido y remoto del conocimiento de sus
interlocutores debería de estar ansioso por tener noticias o
escuchar alguna respuesta similar a la de Henry, no hace sin embargo
ademán alguno de emocionarse o excitarse. Nada de nervios, nada de
emociones, nada de gestos, nada de nada. Tan solo se limita a
preguntar.
-Continúa, por favor. -
Le invita.
-Era profesor en la
facultad de medicina de Loyola allí en Chicago, pero según tengo
entendido le expulsaron y encerraron por delitos contra la humanidad.
Por lo visto, el tipo había estado experimentado con quimeras.
-¿Nada más?-insiste
enigmático.
Henry se rasca la nuca al tiempo que se encoge de
hombros. Yo les observo con intriga desde el completo
desconocimiento. ¿A dónde querrá llegar el tipo buscando a un loco
degenerado?
-No, no hay nada más.
Ni siquiera recuerdo en qué prisión le encerraron. - Termina Henry.
-Sin duda alguna me
habéis sido de mucha utilidad - Dice al tiempo que me da la espalda
para salir de la sala. –El esfuerzo del rescate no fue en balde.
La puerta se cierra tras su espalda, y yo respiro
nerviosa e irritada, ya sola junto a Henry.
-Se que tienes la
tentación de coserlo a tiros.- Me dice.
-Sí, la tengo. Nunca
nadie me había faltado tanto al respeto, ni de esa forma.
-Lo sé, pero recuerda:
Ese tipo puede sernos de muchísima utilidad. – Hace una leve
pausa. - Además, ya tendrás tiempo para ponerlo en su sitio.
-Supongo que tienes
razón. De todos modos dudo que tenga pensamientos de quedarse mucho
tiempo.
-¿Qué insinúas?
-Pregunta enarcando una ceja.
-De muy pocos me puedo
fiar para esto, pero no puedo dejar que ese hombre se vaya sin
enseñarnos cómo combatirles. Ha salvado la vida a mi escuadrón de
confianza, así que exceptuándote a ti no puedo fiarme de ellos.
Pondrían pegas, se enfurruñarían y cometerían errores, estoy
segura. El otro del que me puedo fiar es de Phill. Él era instructor
de cadetes, un soldado frío y perfecto frio, leal y siempre atento.
Deberíais encargaros de vigilarle… ¡ah! y por supuesto no dejad
que nadie más sepa de todo esto.
-Sabes que en realidad
no soy soldado.
Suspiro con sonrisa paternal al oírle, y apoyo mi
mano en su hombro en señal de ánimo.
-Henry, quizás no seas
mi mejor tirador, pero te defiendes con las armas de fuego. Además,
tus años de Kraff Maga te han convertido en el mejor luchador cuerpo
a cuerpo de este búnker. Estoy segura de que podrás “vigilarle”.
-En fin… Haré lo
pueda. - Se resigna, sabe que nada me hará cambiar de opinión.
Tras ello soy la primera en abandonar la habitación,
y ya recuperada salgo a respirar la brisa de la mañana. El cielo
está gris y hay mucho polvo pululando en el ambiente. Tengo un
fuerte nudo en el pecho, pero no alcanzo a entenderlo. Si es mi
instinto de mujer, desde luego estoy segura de que este no es, ni por
asomo, uno de esos buenos presentimientos.
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