domingo, 2 de marzo de 2014

CAPÍTULO III – [Joana Spencer memories] Realidad enferma.


Siento… Siento todo el mal que he hecho oprimiéndome el pecho. He pasado toda una vida demostrándome a mi misma que soy fuerte, pero el precio ha sido mayor de lo que quería pagar. Mis escusas ya han dejado de serme hábiles y mi vida no vale más que las vidas que yo misma he arrebatado, o las que he visto arrebatar. No hay día que pase en el que no sienta que me debería cambiar por alguno de ellos, que alguien merecía vivir más que yo. En cambio soy yo quien continúa aquí, con vida, y ninguno de ellos volverá a ver la luz del sol.
A pesar de todo, y del peso de los muertos con precio que sostienen mis hombros, yo llegaré a ver un día más. Algo nada bueno, ya que si estoy segura de algo es que para mí, a pesar del calor de fuera, siempre será invierno. Todo en mi interior es un enorme glacial producto de las acciones que me he obligado a llevar a cabo. Sobre mi pecho habita un gran peso, en mi garganta hay un mal trago que nunca consigo hacer bajar… Un dolor, imperecedero, un dolor inmortal que a menudo solo comparto con mi almohada.
-Despierta cariño. - Me sugiere una voz tenue, cálida además de conocida.
-Henry… - Reconozco en voz alta.
-¿Quién si no iba a ser? - Me pregunta con sarcasmo. - Vamos… no sabía que la sargento Spencer fuese tan dormilona.
-Eres imbécil, Henry. -Contesto con una sonrisa.
-Sí, lo soy.- Me admite entre risas.
-Eres mi imbécil. - Le digo a la vez que me incorporo para golpearle con la almohada.
En unos segundos los dos forcejeamos por tomar el control sobre el otro, pero cuando empieza a besarme me abandono a él. Recorre mi cuerpo con suavidad, con ternura, y ahora más que nunca me siento cerca de él. Me acaricia y me besa como si fuera el último día sobre la Tierra… siempre lo hace así, y me encanta.
-Haría cualquier cosa por ti. - Le susurro al oído mientras me envuelve como una segunda piel.
-Y yo por ti, mi vida. - Me contesta sin duda. - Y yo por ti.
He de confesar que me despertaría así todos los días de mi vida hasta la vejez, aunque el mero hecho de hacerlo junto a él ya sería más que suficiente.
-Sargento Spencer. - Me dice una voz lejana que rompe la esencia del momento.
-Sargento Spencer - Repite la voz grave, esta vez más cerca - ¿Está distraída?
-No, mi comandante.-le digo algo desorientada.
No sé cuanto ha pasado desde que estaba con Henry en aquel bucólico instante, pero aquello no tenía nada que ver con estar delante del comandante Lauliet Hans, un hombre corpulento de mediana edad, calvo y con los galones muy subidos. Estoy en su despacho y yo padezco ante él. El molesto sol me ilumina directamente, filtrándose por los grandes ventanales a su espalda tras los que se pueden ver las pistas donde los carros de combate yacen aparcados. Un ordenador y un escritorio se interponen entre nosotros y tan solo un pisapapeles de cristal contenedor de una reliquia de la segunda guerra mundial y un cuadro de una muchacha en su día de graduación acompañan a mi expediente sobre la mesa gobernada por sus manos.
-Le he hecho venir porque quiero que repasemos algunos puntos de su carrera.-Comienza sin más. - Ingresó en el ejército de tierra con dieciocho años recién cumplidos, ya que al parecer quería usted irse pronto de casa. Dígame, ¿qué ocurrió? -Me pregunta en su tono habitual, grave y monótono.
-La vida de civil no era para mí, siempre lo supe así. - Contesto con una respuesta automatizada, no es la primera vez que un superior me lo pregunta.
-Está bien. Percibo que no deseas entrar en detalles, lo acepto. – Asiente con la cabeza. – Sigamos… En pocos años hizo el trabajo que a algunos les ha costado toda una vida. Ha sido usted la mejor en todo lo que ha hecho y no ha vacilado ni un segundo en unirse como voluntaria a todo tipo de misiones comprometidas. Bajo la excusa de dicho comportamiento estoy seguro de que me admitirá una pregunta. ¿Su intención era ascender, o tuvo quizás otros propósitos?
-Siempre quise dar la talla y siempre me quedaba con ganas de más. Siempre sentía que podía ir más allá y busqué forzar mi máximo rendimiento a través de misiones complejas. Todavía no he encontrado mi tope, comandante. - Respondo seriamente.
-Vaya, supongo que eso significa que no se conforma con ser sargento. – Su asombro se presume forzado. - He de admitir que me lo esperaba, mas nunca imaginé una respuesta así. Me ha sorprendido su forma correcta y decidida sobre el fondo esperado. Bueno, lo cierto es que ha realizado usted una serie de proezas  que muy pocos serian capaces de llevar a cabo, y negarlo sería cosa de necios. De necios envidiosos, si me permite matizar. Por ello se le ha condecorado nueve veces a lo largo de su carrera, y siempre bajo acto de campaña ¿no es así? - Termina la pregunta con un gesto habitual en él, el arqueamiento de cejas.
-Así es, mi comandante. - Le respondo nuevamente sin vacilar.
-Entre estas condecoraciones, destaco como una de las más importantes aquella que se le concedió por su actuación en el golfo pérsico. - Guarda silencio al bajar la mirada y ojear en un momento el expediente sobre la mesa. – Allí anuló usted la recogida de su escuadrón para dar apoyo a los otros escuadrones aliados. Con los oficiales fuera de juego, usted acabó liderándolos y sin duda alguna salvó la caótica situación frente al enemigo ¿Cómo se le condecoró? - Pregunta observándome de forma intensa.
-Medalla al valor, mi comandante. - Le respondo con la rigidez del acero.
-Poco después se le nombró oficial, pero la cosa no quedó ahí. Un año después derribaron el helicóptero en el que usted viajaba. Tres de sus hombres murieron sin remedio, pero otros dos sobrevivieron, un inválido y un herido a los que prácticamente arrastró por Afganistán hasta llegar al desierto donde fue rescatada. Estaba herida y tenía excusas más que suficientes para abandonarles a su suerte, pero lo hizo, y lo logró. ¿Cómo se le condecoró? - Me pregunta una vez más con ojos analíticos.
-Medalla al honor.
-Además, poco después se le concedió el grado de sargento… y ahora además la cosa no se detiene. Va a volver a ser ascendida.
La expresión de mi cara cambia ligeramente. Me siento auto-realizada.
-Pero antes de ello – objeta - Desde los altos mandos se le sugiere que demuestre una vez más el compromiso con su país.
Sugiere”. Sugerir… ciertamente no deja de ser cómico el modo en el que el ejército compra el gatillo de sus iconos de campo. No obstante asiento con la cabeza misma cabeza en la que solo ronda ya la idea del ascenso.
-Para la siguiente misión he de revelarle información completa y estrictamente confidencial, y a partir de que sea usted conocedora de dicha información deberá velar por su secreto y la protegerá hasta la muerte. Si fallara en su deber, se le sometería a juicio bajo tribunal militar donde la posible sentencia seria de pena capital. ¿Lo ha entendido usted?
-Perfectamente, mi comandante.
Respondo confusa ante las lapidantes premisas.
-¿Está usted dispuesta a demostrar tal compromiso con su país?
-Sí, mi comandante.
Bien. Sus palabras han sido grabadas como prueba, y desde este instante cierro la grabación para hacer confesión de operación. –Observo como para una vieja grabadora de cinta, oculta en un cajón de su escritorio.
-Hace setenta y dos horas un objeto volador no identificado se introdujo en nuestra atmósfera. Según mis informaciones invadió nuestro espacio aéreo y estuvo zigzagueado a gran velocidad por todo el país hasta que, finalmente… - Se detiene para fijar su vista en una tercera persona, a la que descubre entrando en la habitación con calma en sus movimientos, pero la preocupación grabada en su rostro.
-Hija, ¿estás segura que quieres ir a esa misión? ¿No preferirías quedarte en casa con ese muchacho, Henry?
-¿Papá?-Pregunto atónita con los ojos abiertos como platos.  Es en este instante cuando noto el desorden y el caos de mi cabeza al comprender que no puedo abrir los ojos como platos, pues están pesadamente cerrados, tan cerrados que me cuesta un esfuerzo horrible llegar a abrirlos.
-Papá… pero si tú estás muerto.
La ficción termina de diluirse en realidad al tiempo que contemplo el blanco techo de una sala que hace las funciones de enfermería. Permanezco tumbada sobre una camilla improvisada con una aguja atravesándome el brazo izquierdo, y todo me da vueltas tras abandonar el reino de Morfeo.
Puedo notar un parche en la sien,  me llevo la mano a la cabeza. En este momento mi pequeña jaqueca cobra importancia y hago esfuerzos por recordar.
Recuerdo el campamento, recuerdo Chicago y me sobrecojo al recordar la maquina alienígena que nos perseguía. ¿Qué era aquello? ¿Cómo sigo con vida? ¿Dónde estoy? Sin duda son preguntas que no puedo contestar tumbada en esta cama.
Alcanzo la bolsa de plástico del fluido que se me suministra de forma intravenosa y descubro la gran dosis de calmantes que se me ha administrado. Sin importarme demasiado, tiro de la vía que hace salir la aguja. De la pequeña herida comienza a brotar sangre, que tapono con la sábana. Mientras continúo intentando recordar, pero los recuerdos que alcanzan mi mente, a pesar de ser reales, no contestan a las preguntas que más me inquietan. Observo el polvo en derredor, los instrumentos comunes, los materiales clásicos, el metal frío de un lavadero, de taquillas y camillas…. Me tranquilizan, dudo que pueda tratarse de una nave alienígena.
Al incorporarme me veo obligada a realizar un gran esfuerzo, y una fuerte sensación de vértigo me sobreviene al sentarme en el borde de la camilla. Mis entumecidos músculos no son de gran ayuda y finalmente y en mezcla con mi desorientación, acaban por llevarme al suelo.
-Tómatelo con algo más de calma. - Me digo.
Ni tan siquiera me he detenido a mirar bien a mi alrededor. La puerta no lleva a un pasillo. La única salida que veo en esta pequeña  habitación gris de mobiliario metálico lleva a lo que parece ser un quirófano. Desde donde me encuentro, puedo ver la típica mesa acompañada de todo tipo de monitores, sueros, mascarillas, bombonas, etc. 
Finalmente logro bajar de la camilla y me arrastro a gatas hasta el marco de la puerta del quirófano. Allí rastreo con mi mirada una vez más en busca de una nueva salida. Todo en lo que puedo pensar es en encontrar a uno de mis hombres y que me ponga al día. Trepo por el marco de la puerta hasta colocarme en pie, y odio saber que hasta el menor de mis movimientos es agotador en mi estado.
-¿Una nevera?- Descubro sorprendida junto a la puerta de salida.
Hace mucho que no veo una nevera funcionando. Esto es un quirófano y seguramente estará repleta de medicamentos, quién sabe si incluso de muestras de orina. El desorden me abate y no puedo evitar pensar en aquellas cervezas que recogí en la gasolinera…
Apoyada en la pared me desplazo lentamente hacía ella. Agarro el asa de la puerta, pero antes de poder abrirla una voz me sorprende.
-Joana, ya estas despierta.
Me sobresalto, y acabo cayendo al suelo.
Henry salta hacia mí cazando mi cuerpo al aire y aterrizando bajo él, pero ni siquiera el hecho de acolcharme la caída consigue aliviar la expresión de mi rostro. Mi palidez se intensifica hasta darme un aspecto completamente enfermizo. Irradio incertidumbre, desprendo confusión. No puedo creer lo que ven mis ojos. No es por Henry, mi soldado, sino por el contenido que hallo tras la puerta. ¿Será esta visión real? ¿Qué demonios…?
Ante mí observo el interior de la nevera descubriéndome el cuerpo retorcido de un alienígena. Sus ojos abiertos parecen estar mirándome, y su cuello se encuentra girado en un ángulo humanamente imposible. No puede ser verdad, no puede ser real lo que estoy viendo.
-No teníamos otro sitio donde conservarlo adecuadamente, así que decidí meterlo ahí. - Me susurra Henry, suave.
-¿Cómo lo habéis hecho?-Pregunto en mi desconcierto.
-¿Hemos? Me temo que no hemos sido nosotros. Ha sido… bueno, es complicado de explicar – comenta pensativo. - Íbamos a rescatar a Richard Burns cuando apareció este hombre.
-¿Qué hombre? ¿Burns? - Pregunto en ascuas.
-No. Se llama Gaston Gaudin, y es él quien le ha partido el cuello a nuestro amigo.
Henry arrastra la puerta de la nevera con el pie y al cerrarse me ayuda a ponerme en pie. Me siento muy rara al sentirme tan distante y a la vez tan cerca. Poco a poco mis pensamientos se van distrayendo y dejo de pensar en el alíen de la nevera y en el tal Gaston Gaudin, mas su figura se intensifica ante el relato de mi acompañante. Según me cuenta conoce muy bien al enemigo, y ha demostrado todo un despliegue de cualidades terriblemente sorprendentes al enfrentarse a ellos en combate. Puedo notar la admiración que siente por ello, y una mezcla de sensaciones me llaman a conocerle. No obstante me resulta muy difícil de aceptar.
En poco más de una hora ya casi me encuentro recuperada, y he descubierto que estoy en el búnker que le pedí tomar a Phill. Es sencillamente perfecto, y gozamos de todo tipo de lujos y comodidades para los tiempos que corren. Lo cierto es que nos va a costar bien poco adaptarnos a este lugar, es como si hubiésemos vuelto a la academia.
Henry me lleva a una especie de habitación central, aparentemente una sala de reuniones donde el tema principal es una enorme mesa ovalada en el centro. La estancia está poco iluminada ya que de los tres flexos instalados tan solo uno sigue funcionando mientras que otro de ellos suelta de vez en cuando un destello.
-Tráeme a Gaston Gaudin. - Digo al tiempo que me desplomo en uno de los sillones orejeros de piel que coronan la mesa.
-Vuelvo en seguida.
En la espera me sumo por unos momentos en mis pensamientos más profundos y reflexiono sobre mi pesadilla. ¿Cómo en un momento como éste, puedo estar dándole vueltas una y otra vez? Lo cierto es, que en el sueño, mi padre tenía toda la razón. Nunca debí haber ido a aquella misión. Debí haberme quedado con Henry y quizás así nada hubiera cambiado entre nosotros.
No podemos saber lo que va a ocurrir antes de que ocurra. A veces tratamos de predecirlo, pero pronto descubrimos que no somos buenos videntes. Sin duda alguna me equivoqué y ahora pago por ello. Ojalá fuese la única que paga por todo aquello.
-Y sin más te presento a Gaston Gaudin. - Burla Henry imitando a un presentador de late show.
Por el marco de la puerta da entonces aparición un hombre vestido con ropajes oscuros, botas de guerra, mochilaje y armado hasta los dientes. A simple vista puedo distinguirle un rifle FA-MAS y dos cuchillos largos de media luna sobre la cintura. Distingo también una 9mm en la pistolera y un cuchillo de guerra en la bota. Sobre su rostro de piel tostada lleva unas gafas multifuncionales al parecer, y un también un pequeño micro adosado. SU mandíbula es férrea e inexpresiva, y lleva un corte de pelo tan corto que poco tiene que envidiarle al rapado militar.
- Me alegra verla despierta. - Su tono es duro y estrictamente formal, tan solo los más experimentados se darían cuenta. Los más experimentados… o alguien que haya sido capturada y vigilada durante el suficiente tiempo como para memorizar los gestos de los centinelas cuando se acercan a los presos. Desde el momento en el que Gaston entró por el maco de la puerta ya llevaba puesto su dedo en el gatillo de una de sus armas. Ese hombre no tiene ningún respeto por mí o mi autoridad.
-Así que eres Gaston Gaudin ¿no? El gran Gaston Gaudin, según he sido informada.-Pregunto con envidia impregnada en sarcasmo, ignorando los detalles que he percibido.
Al no apreciar respuesta alguna por su parte decido continuar. El pez no quiere picar el anzuelo.
-Bueno, eres militar, eso me lo dicen mis años experiencia. Dime ¿Qué eres?
-Lo más que puedo decirte es que mi nombre es Gaston Gaudin. Todo lo demás me temo que es clasificado para usted teniendo en cuenta su rango, teniente Spencer.
-Hijo, ¿Estás seguro de que quieres tomar ese camino? - Le invito a reflexionar al sentirme atacada por su inexpresiva prepotencia. - Posiblemente sea la militar con más rango que siga con vida en toda esta costa del país.
-Le garantizo que eso no es cierto.
-Mira, soldado. Me sorprende que tengas tantos huevos como para plantarte ante mí y decirme esto. Sinceramente, te estoy agradecida por habernos salvados, pero…
-No me llame soldado, soy oficial. - Me interrumpe – Oficial con grado distintivo.
-No vuelvas a interrumpirme – Le advierto - Serás llamado soldado y tratado como tal hasta que puedas demostrar lo contrario. ¿Lo has entendido?
El silencio toma su trono en la sala de reuniones donde me duelo a maridas con el tal Gaston Gaudin. En mi cabeza busco y repaso la manera de dominarle, pero mi frustración alcanza tamaños incalculables cuando comprendo que no tengo nada a lo que agarrarme. Si le mandase arrestar, mis hombres no lo entenderían. No es de bien arrestar a quién te salva, y además y según las palabras de Henry, parece ser que ven en él cierta… esperanza. Yo no obstante, y contemplando ahora ante mis ojos a ese humano armado capaz de partirle el cuello a un alien, no puedo dejar de verle como una impertinente amenaza. Le observo desafiante cuando rompe el silencio, pero no para darme una respuesta.
Se gira y, más observando a Henry que a mí, pregunta:
-¿Conocéis o habéis tenido contacto con un hombre de procedencia rusa que responde al nombre de Nikolai Bashmakov?
Mis dientes casi chirrían de rabia, pero la intriga por saber sus objetivos o preocupaciones, por hacerle débil ante mí, me puede, y acabo por contenerme.
-No, en absoluto. - Respondo con indiferencia.
-Esto… - comienza a decir Henry – Por Nikolai Bashmakov, ¿se refiere al famoso doctor? Yo era… bueno, y de hecho sigo siendo médico, y por supuesto que lo conozco. Quiero decir, todos los del gremio lo conocíamos en Chicago. ¡Era un chiflado!
Gaston, que por el carácter de su pregunta y, sobre todo, por lo desconocido y remoto del conocimiento de sus interlocutores debería de estar ansioso por tener noticias o escuchar alguna respuesta similar a la de Henry, no hace sin embargo ademán alguno de emocionarse o excitarse. Nada de nervios, nada de emociones, nada de gestos, nada de nada. Tan solo se limita a preguntar.
-Continúa, por favor. - Le invita.
-Era profesor en la facultad de medicina de Loyola allí en Chicago, pero según tengo entendido le expulsaron y encerraron por delitos contra la humanidad. Por lo visto, el tipo había estado experimentado con quimeras.
-¿Nada más?-insiste enigmático.
Henry se rasca la nuca al tiempo que se encoge de hombros. Yo les observo con intriga desde el completo desconocimiento. ¿A dónde querrá llegar el tipo buscando a un loco degenerado?
-No, no hay nada más. Ni siquiera recuerdo en qué prisión le encerraron. - Termina Henry.
-Sin duda alguna me habéis sido de mucha utilidad - Dice al tiempo que me da la espalda para salir de la sala. –El esfuerzo del rescate no fue en balde.
La puerta se cierra tras su espalda, y yo respiro nerviosa e irritada, ya sola junto a Henry.
-Se que tienes la tentación de coserlo a tiros.- Me dice.
-Sí, la tengo. Nunca nadie me había faltado tanto al respeto, ni de esa forma.
-Lo sé, pero recuerda: Ese tipo puede sernos de muchísima utilidad. – Hace una leve pausa. - Además, ya tendrás tiempo para ponerlo en su sitio.
-Supongo que tienes razón. De todos modos dudo que tenga pensamientos de quedarse mucho tiempo.
-¿Qué insinúas? -Pregunta enarcando una ceja.
-De muy pocos me puedo fiar para esto, pero no puedo dejar que ese hombre se vaya sin enseñarnos cómo combatirles. Ha salvado la vida a mi escuadrón de confianza, así que exceptuándote a ti no puedo fiarme de ellos. Pondrían pegas, se enfurruñarían y cometerían errores, estoy segura. El otro del que me puedo fiar es de Phill. Él era instructor de cadetes, un soldado frío y perfecto frio, leal y siempre atento. Deberíais encargaros de vigilarle… ¡ah! y por supuesto no dejad que nadie más sepa de todo esto.
-Sabes que en realidad no soy soldado.
Suspiro con sonrisa paternal al oírle, y apoyo mi mano en su hombro en señal de ánimo.
-Henry, quizás no seas mi mejor tirador, pero te defiendes con las armas de fuego. Además, tus años de Kraff Maga te han convertido en el mejor luchador cuerpo a cuerpo de este búnker. Estoy segura de que podrás “vigilarle”.
-En fin… Haré lo pueda. - Se resigna, sabe que nada me hará cambiar de opinión.
Tras ello soy la primera en abandonar la habitación, y ya recuperada salgo a respirar la brisa de la mañana. El cielo está gris y hay mucho polvo pululando en el ambiente. Tengo un fuerte nudo en el pecho, pero no alcanzo a entenderlo. Si es mi instinto de mujer, desde luego estoy segura de que este no es, ni por asomo, uno de esos buenos presentimientos.





















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